Pinchos, espejismos

En esta muy galardonada coreografía, que se desarrolla de una manera muy medida desde una cierta frialdad hasta la espléndida explosión final, hay juegos, guiños y burlas a varios niveles de concepción, y de ejecución, acerca del baile mismo, de los argumentos posibles, de la credibilidad en escena. Sol Picó compone, de entrada, un personaje repleto de indeterminaciones pero con una seguridad notable cuando hace como que no sabe hacia dónde va su espectáculo mientras nos lleva paso a paso hacia el lugar hacia que ella quiere que camine. Tampoco renuncia a cierta imaginería burlona tomada del cine clásico, de la comedia clásica, según un modelo emparentado con la chica en dificultades que hace como que no sabe si logrará salir con bien del lío en que se ha metido. Todo ello con algunas interpelaciones más o menos fingidas al público, que no estorban el desarrollo de sus propósitos pero añaden pedacitos de ironía.

En un espectáculo perfectamente trabado también en lo visual, y en el que puede señalarse como eje central -una especie de llegada sin posibilidad alguna de retorno- el episodio del combate ante ese espejo que tratará de zafarse de la bailarina intentando arrojarla sobre el patio de butacas, hay zonas de paso y áreas de descanso, y con mayor razón cuando se trata de un solo. Lo que importa es que de riesgo en riesgo y de miedo en miedo se asiste a un asombroso último tercio de danza donde Sol Picó baila, sentada, el rasgueo de una guitarra flamenca como tiene que hacerse, entendiendo que lo que propone la guitarra es una especie de conversación controvertida, para liquidar el asunto con un fastuoso baile final de otra pieza flamenca. La ironía que preside toda esta creación, y sus innumerables detalles, recurre una y otra vez al tema musical Bésame mucho. Pero no se dejen engañar. Se trata de una manera de entrar en el asunto más que de una argucia pasajera. Todavía pueden verla hoy en su última actuación en nuestra ciudad.