¿Con, sin, anti, contra o al margen?

Estos europeos son insufribles y poco agradecidos. Han recibido a Bush de manera educada, pero rara vez han estado Estados Unidos y Europa tan profundamente distanciados. Las diferencias van desde la pena de muerte, el proteccionismo comercial, las subvenciones agrícolas (que el Congreso ha aumentado en un 80% en Estados Unidos cuando la Unión Europea trata de reducir las de la Política Agrícola Común) o los derechos de los niños a la construcción de un sistema legal que sirva para la estabilidad, la gobernanza y la justicia global, con una panoplia de tratados rechazados por Estados Unidos y aprobados por los europeos: la prohibición de pruebas nucleares y de minas antipersonas, el Protocolo de Kioto, la Corte Penal Internacional, entre otros, a lo que se va sumando, incluido Blair, un creciente movimiento en Europa hacia la legalización de las drogas. Con Bush, Estados Unidos no sólo tiene pareceres crecientemente distintos a los de Europa, incluso cuando en ésta van ganando terreno los conservadores, sino que se está convirtiendo en un imperio no sujeto a la ley. La insuficiencia de Europa le ha dejado a Estados Unidos una autonomía sin precedentes.

Rara vez han estado EE UU y Europa tan profundamente distanciados

La cuestión no es si Europa se va a hacer contra EE UU. Estados Unidos fue, en el origen, uno de los impulsores de la construcción europea; el 'federador externo' lo llamó De Gaulle. En muchos aspectos -para imponer una paz en Oriente Próximo o intentar evitar una guerra entre India y Pakistán-, no es que Estados Unidos pueda, sino que es el único con posibilidades de lograrlo, aunque a menudo necesite a otros para conseguirlo. La cuestión es si deben los europeos y otros seguir avanzando al margen de EE UU. El mundo ganaría con ello, y quizás se consiga que la hiperpotencia acabe aceptando esas reglas en un mundo que volverá a ser multipolar. Pero la otra idea, que el hoy vicepresidente Cheney ya defendía en 1990, es que es Estados Unidos el que tiene que configurar su mundo y no dejar que le surja un competidor en esta tarea.

Cabe diferenciar el antiamericanismo simplista, de los temores que despierta esta Administración militarista y unilateralista. Puede resultar peligrosa al ser fuente generadora de inestabilidad -los estadounidenses no perciben que, a veces, sus acciones u omisiones alimentan o generan conflictos-, pese a haber obrado contra el 'terrorismo global'. Éste, desde el 11-S, es el que puede atentar contra EE UU, sociedad a la que no le interesan otros terrorismos (salvo los internos suyos). La búsqueda de una seguridad máxima, por no decir total, puede producir nuevas desavanencias con los socios de EE UU. Esta Administración está diseñando un perímetro de seguridad, no en sus fronteras nacionales -ya han entendido que la globalización las ha hecho demasiado porosas o irrelevantes-, sino que puede ir desde las fábricas en México de productos que luego van a EE UU, hasta la vigilancia en zonas portuarias de los contenedores que se embarcan en Rotterdam, Hong Kong o Algeciras con destino a Estados Unidos, un plan de seguridad que deberá aprobar, o no, en diciembre la Conferencia Internacional sobre Seguridad Marítima, parte de la Container Security Initiative lanzada por esta Administración, una suerte de 'defensa global adelantada'.

La llegada de Bush a la Casa Blanca y el 11-S han llevado a la pleamar al conservadurismo más cerrado en Estados Unidos, que lleva creciendo en los últimos 30 años. Si estas tres décadas han dejado a EE UU 'más separado que nunca de la tradición central occidental en términos filosóficos, culturales y políticos', según Will Hutton, autor del recién publicado The world we are in, la brecha es profunda. Los ocho años de Clinton fueron un paréntesis. O no. Pues Bush y lo que representa se juegan su poder y su presidencia en las elecciones de noviembre. Si pierde el control de las dos Cámaras del Congreso, se convertirá en un presidente sin poder. Si las gana, con más poder que nadie.

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