_
_
_
_
LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Huelga general política

ÉSTA NO ES LA HUELGA de Méndez y Fidalgo, no es una huelga sindical; ésta es la huelga de Rodríguez Zapatero, es una huelga política. Lo dice el presidente del Gobierno y lo repite el secretario general del PP. Aquí, alertó por dos veces el primero, hay un líder de la oposición que justifica y apoya la huelga general; un líder, repite Arenas, que la alienta y la promueve.

Justificar, apoyar, alentar, promover, de todo eso es culpable Rodríguez Zapatero, que, como todo el mundo sabe, y Aznar-Arenas repiten, es un irresponsable, calificativo, por cierto, que no se le cae de la boca a la ministra de Educación cuando pretende cerrar las de los críticos de sus leyes. Aquí todo el mundo es irresponsable; por eso vamos a tener una huelga general el 20 de junio, porque una partida de irresponsables ha decidido echarle un pulso al Gobierno. Y éste es el Gobierno de España, y al Gobierno de España nadie, a no ser un irresponsable, le echa un pulso.

La evidente politización por parte del Gobierno y del partido que lo sostiene de la convocatoria de huelga general ilumina retrospectivamente la génesis de este incomprensible conflicto. Hasta ayer mismo, las relaciones entre el Gobierno y los llamados agentes sociales discurrían como en balsa de aceite. Todo era negociación y acuerdo; tanto que la gente comenzaba a sospechar cierto tongo: qué iban a hacer los sindicatos, se decía el personal, mantenidos artificialmente en la existencia, con respiración asistida por una buena transfusión de subvenciones, no siempre transparentes, muchas veces bajo cuerda, en forma de supuestos cursos de formación o de cualquier otra triquiñuela;qué iban a hacer, sino aceptar todo lo que les echaran en el plato.

Y he aquí que en periodo de bonanza, con las arcas del Inem hinchadas, con las cuentas del Estado arrojando un claro superávit, con los impuestos sobre sociedades y valor añadido subiendo no se sabe cuántos puntos, en las postrimerías del gran paseo triunfal de la presidencia europea, el Gobierno decide echar en el plato un órdago. ¿Por qué así y por qué ahora? Hay quien sospecha que Aznar quiere ser Thatcher y pasar a la historia como liquidador también de los sindicatos. Pero en ese argumento falla lo principal: Méndez y Fidalgo, o los dos juntos, no son ni la mitad de Scargill, ni UGT-Comisiones tienen nada que ver con la antaño poderosa Unión Nacional de Mineros. Los sindicatos españoles no han sido durante estos seis años ni la décima parte de lo que fueron los británicos hasta su desastrosa derrota de 1985.

No, aquí no se trata de liquidar a los sindicatos, bastante complacientes desde que los socialistas salieron del Gobierno. Aquí debe de tratarse de otra cosa, muy difícil, casi imposible, de entender si el presidente del Gobierno y el secretario del PP no nos la hubieran aclarado. Aquí se trata de que Aznar-Arenas quieren una huelga política para mostrar al público cómo se enfrenta un Gobierno de verdad, un Gobierno de España, a una huelga de tales características. El argumento hasta ahora repetido desde las alturas del Gobierno y del PP es muy simple: un líder iresponsable de la oposición alienta, promueve, etcétera, una huelga general; pues bien, va a tenerla, su huelga: la va a tener para que aprenda a alentar, promover, etcétera, una huelga general contra el Gobierno de España.

Una lección de firmeza y autoridad, eso es lo que quiere impartir este Gobierno. Y puestas así las cosas, ¿qué pasará? El Gobierno lo tiene claro: emplearse a fondo para abortar la convocatoria: llamar a rebato a todas sus huestes, suspender permisos, amenazar, pasar lista, recontar apoyos, exigir a cada jefe que los subordinados se presenten al trabajo antes de la hora del desayuno. Los sindicatos tampoco lo van a dudar: sacar fuerza de su ya histórica flaqueza y mostrar en la inacción de un día lo que no pueden demostrar en la acción de todos los días: una huelga general sin movilizaciones previas, una hazaña. El único que no las tendrá todas consigo será precisamente el principal partido de la oposición, que no puede llamar a la huelga, que seguramente no se fía ni un pelo de los sindicatos, pero que no puede no acudir al envite del Gobierno.

O quizá todo esto no son más que lucubraciones y lo único que pasa es que el Gobierno, lo que es, como lo diría Aznar, es que es un irresponsable.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_