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Columna
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Elogio de la clase obrera

Hacer a estas alturas el elogio de la clase obrera puede parecer hasta un ejercicio de pedantería. Desde luego, nada a tono con la quincalla posmoderna. Pero es el caso que en Sevilla se están produciendo ciertos fenómenos que pueden acabar aniquilando algunas paparruchas y ansiedades del neoliberalismo, como por ejemplo esa del desclasamiento del proletariado, o la perspectiva de que Andalucía pudiera convertirse en un país de camareros a tiempo parcial. Cosa que ya querrían tantos empresarios de pega y subvenciones.

Me vengo a referir a esa insólita acumulación de nuevos impulsos tecnológicos e industriales como van apareciendo día a día: saturación del Parque de la Cartuja (donde estuvo la Expo), y búsqueda de nuevos emplazamientos; sustanciosa ampliación de la veterana fábrica Renault en el muy obrero barrio de San Jerónimo, auténtico laboratorio de la democracia; y de pronto también la posibilidad de que por aquí acabe instalándose un foco de industrias aeronáuticas, como si esto fuera Hamburgo o Toulouse. Sumando sumando, la lluvia de millones y de puestos de trabajo empieza a parecer como un cuento de hadas contado por un borracho. ¿Será verdad? ¿No estaremos otra vez soñando utopías narcisistas?

Parece que no, sino que se están apretando los aceleradores: los ayuntamientos limítrofes compiten en quién pone más alfombras a ese aterrizaje. Los sindicatos programan cursos acelerados en el manejo de fibras de carbono y otras sutiles materias. Las universidades se aprestan a impartir licenciaturas raras. En la Consejería de Empleo y Desarrollo tecnológico (que ahora empieza a cuadrarle el nombre) anda todo el mundo de cabeza, consumidos por la fiebre de los convenios. ¿Y todo eso así, por las buenas? Sería milagroso, pero sobre todo injusto, no reconocer ciertas antecedentes. Lo que ocurre, o está previsto que ocurra, es el fruto maduro de varias realidades convergentes, con las que a menudo no contamos. En primer lugar, y sobre todas, el prestigio acumulado por toda una clase obrera sevillana relacionada con los sectores del automóvil y aeronáutico, desde hace muchos años: FASA-Renault, Hispano Aviación, ISA, CASA..., con aprendizajes y actitudes que a menudo pasaban de padres a hijos. Lo que viene a demostrar que no sólo de inciensos y castañuelas se nutren las tradiciones de esta urbe desconcertante. Pues resulta que eso ha sido decisivo en los despachos de Bruselas, o en la central del coche francés. Pero también sería injusto ignorar que la Junta de Andalucía empezó a preparar lo de los aviones en 1986, multiplicando acuerdos previos con el sector. Y que el Consejero Viera retomó el asunto muy discretamente, nada más desembarcar en su departamento, tras haber hecho él también un máster acelerado en diplomacia de pasillos, a propósito de la cooperación con Madrid en el tratamiento del desastre del Guadiamar. Ahora, en secretas y sorprendentes complicidades con dos ministerios: el de Ciencia y Tecnología y el de Defensa, a cuyos titulares no ha escatimado reconocimientos, como debe ser. A cada cual lo suyo. Y a cada cuento su moraleja. Pero esa se la dejo a ustedes.

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