Un bloque variado pero con calidad
Es variado y, en general, de muy aceptable calidad el bloque de nuevas adquisiciones presentadas ayer por el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Se trata de doce obras de nueve artistas vascos y una de Miquel Barceló.
Y así contabilizamos la racionalidad colorística y lúdica que aporta la estructura de madera pintada de Pello Irazu. El tríptico de Daniel Tamayo se inscribe dentro de lo más característico y mejor de su producción.
Juan Luis Moraza coloca en un plinto de metacrilato una sorprendente nariz-máscara de bronce de un payaso anónimo, con telemando como elemento disparatado. Un díptico de grandes dimensiones y un bodegón muy pequeño son aportes de Juan José Aquerreta. La calidad de las dos obras va en sentido inverso a las dimensiones. Hay dos cuadros de Jesús Mari Lazkano que son la tarjeta de crédito de su peculiar manera de entender el hiperrealismo, siendo de mayor interés la obra que homenajea al arquitecto Mies Van der Rohe. Dos esculturas de los años ochenta -cuando flirteaba con el arte povera- llevan la firma de Morquillas. Dos series de cinco obras cada una constituyen la aportación de Darío Urzay. Se trata de imágenes generadas digitalmente. Su colocación requiere que sean vistas desde la calle y a través de los trasluces.
Aunque aquí no brille como debiera, la única obra de Angel Bados la recordamos expuesta hace siete años atrás junto a un conjunto de piezas de parecido corte, donde iban los búcaros de cristal, de dos en dos -manipulados con inteligentes y variados ritmos distintos-, amordazados por un abrazo de cinta adhesiva, lo que dotaba al conjunto de una enorme atracción conceptualista.
No como capítulo de compras, sino como depósito del artista, Txomin Badiola ofrece una instalación compuesta por 19 dibujos y dos esculturas de acero pintado. Los dibujos, de contrastada calidad, trabajados en técnica mixta, recuerdan demasiado a artistas del llamado neoexpresionismo alemán, tales como Mike Kelly, Martin Kippenberg, Gerhard Richter, entre otros. Y las dos esculturas de acero pintado, parecen depender excesivamente de la obra del escultor inglés Anthony Caro.
La compra del cuadro de Miquel Barceló, que lleva por título, Des Potirons, fechado en 1998, es posible que incite a la discusión -y a la duda- sobre si corresponde a un momento muy representativo de la obra del pintor mallorquín. De entrada, la duda deberíamos tomarla como una preparación para el conocimiento. Además, nos desenvolvemos en un mundo de arte, en el que dos y dos no siempre son cuatro, afortunadamente. La obra de Barceló es densa, pastosa; texturas matéricas con apretados mundos orgánicos; violencia a través de irisaciones que semejan raíces y rastrojos de tierra quemada.
Estas obras se suman a la totalidad de manera armónica. Se diría que llevaban juntas muchos años seguidos.
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