Ficciones arrancadas de la vida y la historia se dan cita en el certamen
Luc y Jean-Pierre Dardenne presentan la magnífica 'El hijo'.
Venía anunciándose que los ojeadores de películas para el encuentro de La Croisette han optado por dar vía libre a un conjunto de ficciones de raíz documental, extraídas de la vida cotidiana y de angulaciones de alto dramatismo de la historia reciente, ésa que aún golpea en la nuca a la gente viva.
Hay fondo documental y renovada pasión por el realismo en la admirable All or nothing, del británico Mike Leigh, y de su compatriota Ken Loach en Sweet sixteen; hay miradas hacia atrás en la israelí Kedma, de Amos Gitai; en la inglesa 24 hour party people, de Michael Winterbottom; en la canadiense Ararat, de Atom Egoyan, y en El arco ruso, de Alexandr Sokurov; hay fuerza e inmediatez de documento en la ficción de Diez, del iraní Abbas Kiarostami; hay documento puro en Bowling for Columbine, del estadounidense Michael Moore, y en Buscando a Debra Winger, de su compatriota Rosanna Arquette; y hay busca de poesía en los vertederos de la vida actual en Ciudad de Dios, del brasileño Fernando Mireilles, y en Intervención divina, del palestino Elia Suleiman.
'El hijo' es una película casi minimalista de extraordinario alcance moral y estético
Y se añadieron ayer otras cuatro obras, de las que tira con fuerza El hijo, una película de producción pequeña, casi minimalista, pero de extraordinario alcance moral y estético. La escribieron y filmaron Luc y Jean-Pierre Dardenne, dos hermanos belgas, veteranos y expertísimos documentalistas, que ya ganaron aquí, en 1999, la Palma de Oro con su Rosetta. Y ahora, cuatro años después, El hijo prolonga y va más allá de donde fue aquella vigorosa indagación en el infierno de la miseria de los países ricos. Dentro de ese infierno de la vida real, pero sobre un recorrido aún más intrincado e íntimamente más devastador, se mueve El hijo, un terrible e insoslayable suceso verídico.
Hace unos meses saltó a los periódicos la noticia de la excarcelación de los dos niños de 10 y 11 años que asesinaron a un niño de cuatro en Liverpool. Su nueva identidad, la transformación de sus rostros infantiles en rostros adultos, su nuevo lugar de residencia, se mantienen en estricto secreto judicial. Y de ahí salta el calambre de El hijo. Un adolescente belga sale del reformatorio y entra en una escuela de oficios donde nos topamos cara a cara con la evidencia de una fatalidad insoportable: el padre del niño que ese chico estranguló es su maestro en carpintería, un azar del que el dolorido y aturdido carpintero tiene conocimiento. Y un nuevo recorrido del infierno de este mundo se abre para ese hombre.
Los hermanos Dardenne iluminan con su palabra este trágico atolladero, arrancado de la vida real europea reciente y con todavía palpitante negrura verídica: '¿Quién es ese adolescente al que llaman Francis? ¿Por qué su opaco y enigmático maestro Olivier le sigue por todos los rincones del centro de formación y por las calles de la ciudad, hasta la casa donde vive? ¿Qué fuerza hace a este hombre sentirse atraído por ese chico? ¿Por qué parece tenerle miedo?'. Y prosiguen los cineastas belgas: 'La película propone un ejercicio de imaginación moral, de prueba de la capacidad de cada espectador para ponerse en el lugar de otro. Es lo que la pantalla pide al espectador, que se meta dentro de la piel de otro. Y este otro, va a sorprenderle. Y el espectador sorprendido se da cuenta de que quizás él habría actuado de otra manera metido en su piel y en su situación. El filme se titula El hijo, pero podría haberse titulado El padre. La cámara se mueve en pasillos, muros, esquinas, vueltas y revueltas que rompen las líneas rectas, unas veces avanza y otras retrocede. Duda. Está metida dentro de un laberinto. Tal vez el que hay dentro de la cabeza de ese padre'.
Nada que añadir, salvo que los Dardenne han dado otro golpe de verdad y ya forman parte del honor del cine europeo. Tras ellos desfilaron otros empujones al realismo, a la reconquista de la verdad por las cámaras, hoy, cuando el cine se ahoga bajo una ingente masa de celuloide mentiroso. El exquisito japonés Kiju Yoshida, en Mujeres en el espejo arranca un melodrama de otro eco de la bomba de Hiroshima. El chino Jia Zhang-Ke emprende en Placeres desconocidos un viaje a los basureros humanos de la China interior. Pero es el argentino Pablo Trapero quien con El bonaerense mantiene viva la fuerza documental de que dio muestra hace unos años con Mundo grúa, películas que le convierten en uno de los testigos irreemplazables del desastre histórico que vive Argentina.
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