_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pollos

Siniestra noche informativa, la del martes. Había leído en Internet que la cuarta parte de los mamíferos mundiales se enfrenta a la extinción en un plazo de 30 años. Eso decía el titular, al menos. Pero cuando, ilusionada, me lancé a la lectura del texto, resulta que no se refería a los seres bípedos y con tarjetas de crédito, sino al tigre siberiano, el rinoceronte negro y la chinchilla suramericana de cola corta, entre otras especies. Malas noticias, y encima, en inglés.

Mascullé un par de blasfemias y me puse a ver los informativos de la tele. Realmente, aquélla no era mi noche. Científicos de Israel acababan de descubrir la fórmula para criar pollos sin plumas, y exhibían el resultado de su experimento ante las cámaras. Francamente, queridos, la última vez que lloré por un pollo en bolas fue en un motel de carretera cercano a Belgrado, cuando Tito aún estaba vivo. Ni siquiera un pollo vestido me conmueve hasta las lágrimas, si exceptuamos a ese Pelé que viene anunciando problemas de erección. Ahí sí que me derrumbo, si me permiten la digresión, porque recuerdo los tiempos en que podía meterla hasta de espaldas.

Volviendo a los pollos primigenios, traté de dominarme. Ánimo, me dije. Los han desnudado como a palestinos, pero no les han vendado los ojos. Es un pequeño paso para los sucedáneos de ave, pero una zancada gigantesca para la humanidad. El invento permitirá un ahorro acojonante en refrigeración, ergo en energía; y en espacio, porque donde ahora metemos a cuatro con sus plumas podremos meter, mínimo, cinco en pelotas, y los mamíferos no sólo no nos extinguiremos en las próximas décadas, sino que tocaremos a más pechugas. Gracias, Mengele.

Abandoné el televisor para regresar a Internet y entonces sufrí un cortocircuito salvaje, porque leí que 17.000 pollos de la OTAN iban a reaccionar ante las agresiones de un país 'con un régimen autocrático y pretensiones territoriales'. ¡Coño, estamos en guerra con Estados Unidos! Pero se trata de maniobras que han empezado a realizarse en nuestro territorio, y el país, ficticio, figura que se extiende entre Castellón y Málaga. O sea, que, como mucho, invadirán Torrevieja.

Opté por irme a la cama, a mirar un libro.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_