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GIRA DE BUSH

Washington no entiende las críticas europeas

En Washington, las críticas europeas se encajan mal. EE UU no comprende la inclinación europea hacia la causa palestina en el conflicto de Oriente Próximo. No entiende tampoco que algunos líderes europeos se resistan a aceptar el dictado del orden internacional de Washington en la lucha contra el terrorismo y se ponga en duda, por ejemplo, la necesidad de atacar Irak.

Henry Kissinger solía quejarse de que nunca sabía a quién llamar por teléfono cuando quería consultar algo con Europa. Ahora, dice el Wall Street Journal, la UE tiene voz propia, moneda única y, por encima de todo, capacidad comercial para suplantar a EE UU como primera potencia mundial.

Si las relaciones de EE UU y Europa fueran perfectas, Bush nunca adoptaría medidas proteccionistas en el comercio del acero, dejaría de ignorar los acuerdos sobre protección del medio ambiente, actuaría con más equilibrio en el reparto de tareas en la OTAN y no tomaría decisiones tan unilaterales como despedir a los responsables de los organismos internacionales que no están de acuerdo con su política. Lo ha hecho últimamente por partida doble: ante el asombro de otros países, ha forzado la salida del director general de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas y del responsable de la comisión de cambio climático en la ONU sólo porque sus posiciones no se corresponden con las de la Casa Blanca.

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Igual que EE UU agradeció con sinceridad la solidaridad europea tras el 11 de septiembre, los estadounidenses no han entendido cómo los europeos pueden criticar el tratamiento de los presos de Guantánamo o el recorte de libertades civiles amparado en la corriente patriótica de los últimos meses. Quizá por eso la prensa de este país recoge con desproporción los brotes de antisemitismo en Europa o los avances de la extrema derecha, como si la situación allí estuviera al borde de un nuevo holocausto.

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