Un sólido filme criminal
Injustamente dejado de lado por el jurado del reciente festival de Málaga, adaptación de la novela homónima de Lorenzo Silva realizada con primor y coherencia, El alquimista impaciente significa, más que su muy apreciada ópera prima, Sé quién eres, la confirmación del oficio como narradora de Patricia Ferreira. Es una cineasta proveniente de la televisión, sin que, para nuestra fortuna, se le note más de la cuenta. A partir de un arranque de deslumbrante eficacia -la aparición del cadáver de un hombre en postura no ya difícil, sino muy poco honorable-, Ferreira va deshilvanando el complejo ovillo que permitirá responder del porqué de la postura, de quién era el hombre... y por qué apareció así.
EL ALQUIMISTA IMPACIENTE
Directora: Patricia Ferreira. Intérpretes: Ingrid Rubio, Roberto Enríquez, Adriana Ozores, Miguel Ángel Solá, Chete Lera, Jordi Dauder, Mariana Santángelo, Nacho Vidal. Género: criminal. España, 2002. Duración: 110 minutos.
Tiene la película, pues, las sólidas hechuras de un producto criminal bien construido y engrasado: las razones que llevan a explicar una cadena de muertes de la que el cadáver del principio es sólo eso, el inicio; los oscuros intereses que subyacen detrás de un ciudadano libre de cualquier sospecha, y también de toda aparente sorpresa; las connivencias del finado con un desconcertante núcleo de poderosos. O sea, un delito que sirve, en la mejor tradición del género, no sólo para mostrar el proceso deductivo que lleva a esclarecer un delito, sino más allá de sus imágenes, hasta situar al espectador ante una visión del mundo de la realidad, del mundo de los negocios de hoy mismo, cualquier cosa menos reconfortante.
El alquimista impaciente presenta una impecable factura, bien apoyada en un guión primoroso -¡qué difícil es encontrarlos así hoy en día!-, en unos actores más que eficaces y en un encadenamiento dramático de implacable destreza. Pero tiene algo más: una mirada sobre unos insólitos protagonistas, Rubio y Enríquez, guardias civiles muy poco tópicos, en cuyo juego de complicidades y soterrada atracción y enfrentamiento reposa gran parte de la estupenda credibilidad de una película bien hecha, diestra, sensata.
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