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Columna
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La corrupción del capitalismo

Antón Costas

Ejecutivos que se enriquecen gracias a sus cargos; consejos de administración que reciben honorarios innecesariamente altos; empresas multinacionales que reclaman a sus ex presidentes parte de las pensiones que cobraron de más cuando se marcharon; analistas financieros que recomiendan comprar acciones de empresas en las que tienen intereses; sociedades de inversión que se apropian de los capitales dejados en custodia; empresas cotizadas que ocultan millonarias perdidas a sus accionistas; auditores de cuentas que no se enteran o cobran por encubrir las ingenierías contables fraudulentas de algunas empresas, y que una vez descubiertas destruyen los documentos; consultores de empresas que conviven dentro de la misma organización que los auditores de esas empresas; organismos públicos que no son capaces de ejercer sus funciones de inspección y vigilancia; comisiones parlamentarias que relajan el control de empresas amigas. No pongo nombre ni lugar a estos hechos por ser sobradamente conocidos.

¿Estamos ante errores empresariales o ante conductas delictivas? Más lo segundo que lo primero. El capitalismo es maníaco-depresivo. En las fases de manía surgen iniciativas empresariales fantasiosas animadas por un exceso de euforia en los hipotéticos beneficios de los nuevos descubrimientos, que con frecuencia acaban en la ruina de los capitales invertidos. Desde la euforia inversora que provocó el comercio con los mares del sur o la especulación con los tulipanes en el siglo XVII hasta llegar a las punto.com actual, la historia financiera está llena de estas manías. El capitalismo es así. Lo tomas o lo dejas.

No son estos fracasos empresariales los que minan la confianza en el capitalismo y en los mercados y los corrompen, sino las conductas permisivas o delictivas relacionadas con la ocultación de información, la falta de transparencia, las prácticas colusivas entre vigilantes y vigilados, y los sueldos o retribuciones desproporcionados. El capitalismo reparte de una manera muy desigual. Fíjense que nadie pone en cuestión los elevados ingresos de los deportistas de élite, posiblemente porque responden a cualidades personales y están sometidos a una gran competencia. Pero muchos consideran que las desproporcionadas ganancias de algunos directivos tienen menos que ver con el mérito personal que con las prácticas depredatorias en contra de la empresa, los accionistas, los empleados, los proveedores o los clientes. Es gracioso escuchar a Jeffrey Skilling, ex jefe de Enron, confesar que jamás entendió que podía ganar tanto dinero. Con estos amigos, al capitalismo no le hacen falta enemigos. Se caería por corrupto. Le acabaría sucediendo lo mismo que al socialismo de Estado.

¿Qué hacer? Algunos reclaman ahora ética para las empresas y los mercados. Es curioso, porque de eso presumían algunos de los ahora encausados. ¿Recuerdan a Mario Conde pronunciando una conferencia sobre ética en el Vaticano? Los mercados por sí solos no crean ni sostienen valores éticos. Éstos tienen que ser legitimados a través del diálogo social y sostenidos por una acción pública vigilante y sancionadora. No se trata de emprender cazas de brujas. Pero tampoco se puede pasar por encima de estas prácticas como si fuesen simples conductas individuales. La manipulación de cuentas es una tentación muy extendida. Un sondeo realizado en Estados Unidos entre responsables financieros de empresas que cotizan en Bolsa reveló que dos terceras partes habían recibido presiones de otros responsables para retocar los balances, y que en muchos casos habían cedido a esas presiones.

Las conductas permisivas y corruptas aumentan cuando las políticas de liberalización rompen las viejas normas sin crear simultáneamente otras nuevas. Aunque parezca contradictorio, cuanto más mercado se introduce en una economía, más reglas de vigilancia y rendición de cuentas son necesarias. Sólo de esa forma existirá confianza social en el capitalismo. Se trata de cosas elementales. Porque, vamos a ver: si a las empresas eléctricas se les obliga a separar sus negocios de generación de los de distribución, o a las empresas telefónicas los de telefonía fija y móvil, ¿cómo no vamos a separar la actividad de auditor de la de consultor? Si conocemos cuándo ganan Rivaldo o Zidane, ¿cómo no vamos a conocer lo que ganan los directivos de las empresas de las que somos accionistas, empleados o simples clientes? Si los clubes no eligen a los árbitros ni los ciudadanos a los jueces que les juzgan, ¿cómo los directivos pueden elegir a los auditores que los vigilan? Si los médicos tienen que responder de los posibles errores profesionales en los servicios que cobran, ¿por qué los analistas financieros no han de responsabilizarse de los suyos? Se trata de reglas elementales dirigidas a evitar los conflictos de intereses que surgen en la vida cotidiana y a aumentar la transparencia. La transparencia, la integridad y la confianza son bienes públicos. Como lo es el medio ambiente. Todos nos beneficiamos de su existencia y todos salimos perjudicados cuando alguien lesiona estos bienes. Si el código penal sanciona a quienes dañan el medio ambiente, ¿por qué vamos a ser más tolerantes con los que corrompen el capitalismo?

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