Clea Fitz-James Stuart habla abiertamente de su adicción a las drogas y su recuperación: “Estoy viva de milagro”
La aristócrata, hija del marqués de Valderrábano y sobrina segunda del duque de Alba, relata en el ‘podcast’ ‘Charlas adictivas’ los momentos más duros de su vida, cuando era amiga de narcotraficantes y ni siquiera los terapeutas confiaban en su mejora
“Cada vez tengo más claro que soy adicta de nacimiento por traumas de la infancia. Me siento adicta de siempre”, reconoce Clea Fitz-James Stuart (Madrid, 47 años) en el nuevo episodio del podcast Charlas adictivas, especializado en materia de prevención de adicciones y presentado por Ruy Arroyo. La aristócrata es miembro de Los Alba, una de las sagas más conocidas de España. Pese a la popularidad de su apellido, ella es una de las menos mediáticas de la familia: es hija de Luis Esteban Fitz-James Stuart, marqués de Valderrábano, y sobrina segunda del actual duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart. Su vida, pese a estar destinada a vivir entre lujos y privilegios, no ha sido fácil. Ahora ha querido hablar públicamente del capítulo más complejo de su vida, cuando coqueteó con la muerte y necesitó ayuda profesional para superar sus adicciones. Una etapa que duró entre los 17 y los 36 años.
Cuando Clea bebió su primera copa de alcohol en la adolescencia, pronto se dio cuenta de que algo había cambiado en ella. A partir de entonces comenzaría a jugar con la bebida y las benzodiacepinas. “Los adictos hacemos cosas que no nos representan y de las que nos sentimos avergonzados. Enfrentarte a ello y dar un paso para delante cuesta”, reconoce en la conversación publicada en plataformas el 1 de febrero. Fue hace 12 años cuando decidió dar ese paso al frente e ingresó en un centro de desintoxicación. “No tenía otra opción. Estaba completamente desahuciada, llevaba cuatro días en la cama que parecía heroinómana. Lo único que veía en mi futuro era morirme. No podía más. Nunca quise ver la realidad de que era adicta”, le explica a Ruy Arroyo, quien también hizo frente a sus adicciones a las drogas.
“Tenía el cerebro completamente destrozado. No sabía quién era, lo que sentía o lo que no. Empecé a darme cuenta de todo lo que había hecho, el tiempo que había perdido. ‘¿Qué coño he hecho en los últimos 10 años de vida?’. Mis amigos más queridos me estaban dando de lado, a nivel sentimental me acababa de dejar una persona que me había importado mucho... Todo era una mierda”, continúa exponiendo sobre el momento en el que ingresó para tratar sus adicciones. Tan mal estaba que ni los terapeutas confiaban en su recuperación: “No confiaban en que fuera a salir”.
Para ayudar a otros en su misma situación a ponerse en manos de profesionales, la empresaria está preparando un libro —con ayuda de una escritora— sobre su experiencia y en el que narrará su recuperación con viajes al pasado, para “que se entienda de dónde venimos”. En el podcast reconoce que su problema viene desde la infancia —aunque no entra en más detalles sobre eso— y que en la adolescencia se materializó en forma de adicción: “Aguantaba el tiempo que hiciera falta por no volver a casa y enfrentarme a la realidad. Estoy viva de milagro, y no solo por el consumo”. Es entones cuando relata otros peligros a los que hizo frente en esa etapa de su vida: “Me he metido en situaciones bestiales, mis amigos eran narcotraficantes, me he metido en unos antros y en unas casas de gente con pistola como si fuera normal, he hecho unas cosas que solo ves en las películas... Me han pasado cosas muy duras a las que todavía me estoy enfrentando”.
Su hermana María fue la que tomó las riendas en el asunto para poner solución: “Mi hermana siempre me dice que cuando yo ingresé fue uno de los momentos más complicados de su vida, pero que por fin pudo dormir con el teléfono apagado. Para las personas que nos quieren es terrorífico, porque no sabes si te van a llamar para decirte que esa persona está muerta”. Otro de los episodios más complicados lo vivió con su madre: “Estuve meses que no dormía más de dos o tres horas al día, lloraba todas las noches, pesaba 40 kilos y era como: ‘Dios mío, no aguanto más’. A los 11 meses, para que veas que mi recuperación fue una pesadilla, le dije a mi madre: ‘Mira, lo siento, no aguanto más, me quiero morir y solo necesito saber si vas a estar bien porque yo no lo aguanto’. Ahí se puso a llorar y dije: ‘Pues tendré que aguantar’”.
Después de años luchando contra las adicciones, Clea cuenta que se encuentra en uno de los mejores momentos personales. “Lo único que quería es estar en paz y es lo que tengo. Ahora soy la madre que quiero ser. No tengo ni el trabajo más impresionante, ni la casa más bonita... cosas que antes me importaban y que no tengo, pero tengo paz. Vuelvo a ser la que era de pequeña y me siento conectada”, reconoce. Pese a que no fue fácil salir de ahí, subraya que habría sido más complicado en el momento actual con tantas drogas diferentes y accesibles. “Llego a convivir con el fentanilo y estoy en el barrio ese de San Francisco”. Actualmente, trabaja como agente inmobiliaria y también es artista. En el pasado fundó su propia marca, Clea Stuart, centrada en prendas fabricadas en punto, pero tuvo que cerrar hace unos años por la excesiva inversión que suponía el proyecto.
Para ella, lo primordial es que haya más información: “No creo que se pueda prevenir la adicción. Yo me tomé mi primera copa y nunca más pude parar. Para mí, el adicto era el yonqui que estaba tirado en la calle, y es lo mismo. Estaba completamente aislada. La última vez estaba haciendo cosas realmente peligrosas: mezclando todo, sin dormir, haciéndome daño...”.
Cada vez más personas, anónimas y mediáticas, hablan sin miedos de los capítulos más complejos de sus vidas con el objetivo de ayudar a otros a no pasar por la misma situación o animarlesa salir de ellas. Clea Fitz-James Stuart no es la primera aristócrata que habla públicamente de sus adicciones. Maximiliano de Habsburgo, archiduque de Austria, contaba a EL PAÍS el pasado mes de junio cómo fue su experiencia con las drogas y lo que le motivó a inaugurar la Fundación Recal, para acompañar a personas con adicciones severas: “He vivido las drogas muy de cerca y he tenido que pedir perdón a mucha gente”, reconocía.
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