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Columna
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Intimidad en público

Contaré cómo he seguido en Nerja el caso del párroco al que un antiguo amigo quiso destrozar difundiendo a la puerta de la iglesia escenas privadas grabadas en vídeo. En Nerja no se le ha prestado ninguna atención a la película del amigo indeseable (qué desgracia encontrar ese tipo de amistad rencorosa: el tipo de amistad que quizá, miserablemente, tenga más posibilidades de ser eterna). Los micrófonos de las televisiones y las radios, aguijones de la maledicencia, sólo recogieron de los vecinos católicos una estricta valoración profesional del párroco: era un buen párroco, dicen, y aquí se entiende mucho de párrocos, pues en tiempos más negros, caqui-sotanescos, los párrocos daban a los vecinos el certificado de buena conducta necesario para trabajar o viajar o vivir con tranquilidad.

No he oído un solo comentario en plazas, bares o mercados. Silencio y respeto ha sido la reacción: ni una palabra sobre la historia del cura, ni sobre la existencia de enamorados tan canallas como el cámara de vídeo que alguna vez fue su amigo. Hay una mentalidad nueva en cosas de amores, parejas y matrimonios, y leo que van a abrir un registro andaluz para lo que llaman parejas de hecho, es decir, sin derecho. El matrimonio vale para personas de sexo distinto. La pareja de hecho admite a individuos del mismo sexo. Pero ¿por qué no pueden firmar un contrato matrimonial individuos del mismo sexo? El matrimonio, que en la mayoría de los casos parece también un asunto amoroso, es un contrato, una parte del Código Civil, donde las capitulaciones matrimoniales están en el Libro IV, dedicado a las obligaciones y contratos, exactamente antes de la compraventa.

También en cuestiones de matrimonio el tiempo cambia las costumbres. Por ejemplo: Jakob Kafka, carnicero de Osek y futuro abuelo de Franz Kafka, no pudo casarse hasta los 53 años porque, por ser judío, carecía de estatuto jurídico en el imperio austro-húngaro. Así que no tenía derecho a formar una familia al estilo de su época, el siglo XIX: padre amo de las vidas de todos los suyos, madre ama de casa, hijos e hijas educados para ser padres y madres. El matrimonio era un novelón: posesión, sujeción, celos e hijos tan dolidos como Franz Kafka. Entonces la gente soñaba con un amor sin vínculos legales, amor libre, decían. Hoy los antiguos paladines del amor libre quizá quisieran ser parejas de hecho, inscribirse en un registro, asegurar una familia, bienes y pensiones, y, mañana, en la residencia de ancianos, que los dejen dormir juntos las monjitas y los curas de los centros concertados.

Mientras espero que la ley de parejas de hecho sea superflua porque el Código Civil amolde a nuestra realidad social y sentimental los artículos dedicados al matrimonio, estoy de acuerdo con el Consejo Consultivo que vela por la buena redacción de las leyes andaluzas: en vez de parejas de hecho, debería decirse parejas estables. Lo que se da de hecho se da, según el diccionario, sin ajustarse a una norma o prescripción legal previa. Y, si existe una Ley de Parejas de Hecho las parejas de hecho ya no son parejas de hecho, aunque esto parezca un caso para Groucho Marx.

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