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VISTO / OÍDO
Columna
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Que viene el pudor

Una ola de pudor comienza a invadirnos. Es una especie de 'regreso al orden' como el que se intentó en el París artístico de los años veinte para contener la cultura de transgresión. Tuvieron que llegar los fascismos y su prohibición del 'arte degenerado' para conseguirlo. Ahora ha tenido que llegar Bush, con sus califas, para ir regresando a morales, pensamientos, culturas y órdenes que habían comenzado a perderse (esto es, a ganarse, desde el punto de vista del ciudadano) en los años sesenta; volvemos a la 'sociedad civil' en lugar del pueblo, o del ciudadano. Los representantes de Bush se han distinguido en la inútil, tonta y cara reunión acerca de la infancia, que no han querido firmar, por sus iniciativas: predicar la abstinencia para la lucha contra el sida, retrasar la edad en que se comienza el sexo -en EE UU es legal desde los 13 años-, impedir con nuevas leyes los abortos, separar la educación por sexos y prohibir, rechazar o perseguir las artes que puedan emparentarse con la pornografía.

Una cuidadosa decisión del Supremo, contra el pudor de la Casa Blanca, es no sancionar la pornografía, aun infantil, que sea simulada. En la red se venden escenas en las que los personajes que actúan el sexo son levemente mayores, pero parecen niños y lo fingen. Eso ahora ya se puede volver a hacer, pero advirtiendo que son falsos niños. Es curioso porque en la pornografía lo que juega es la ficción. En España se están reproduciendo estos nuevos movimientos de regreso al orden. De cuando en cuando hay exposiciones clausuradas; Ana Botella decía hace dos días que siendo respetables las 'parejas de hecho', en ningún caso pueden considerarse 'la familia'. Y hay un movimiento, curiosamente feminista, que pide el final de la coeducación que inició la República, prohibió Franco y autorizó la democracia, aunque permita que en los colegios de frailes y de monjas nunca se haya practicado. Hasta ahora la política conservadora estaba practicando una inteligente permisividad: le daba igual alguna libertad individual, aunque fuera homosexual, y quizá algún exceso literario o cinematográfico, con tal de que la sociedad civil admitiera el neocapitalismo y pagara sus impuestos. Es una idea que está dando ya la vuelta: el orden debe estar en todo. Predicábamos algunos que las libertades son indivisibles y forman un total; vienen ahora ellos y dicen que el orden es, también, indivisible. Creen que tuvieron razón Franco y Pétain.

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