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Columna
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¿Me lo merezco?

Elvira Lindo

Dicen que los ciudadanos tienen los dirigentes que se merecen. Se dice mucho en estos días en que la fiera Le Pen ha asustado a los franceses, a la sociedad europea y, sobre todo, a aquellos que anhelan pertenecer a la sociedad europea. Se habla de la responsabilidad civil no sólo de los que lo votaron, sino de los que se quedaron en casa pensando que el voto no sirve para nada. Cuando se habla de esos grandes peligros que pueden cambiar el curso de la historia, se pide la opinión de analistas, los periodistas bucean en la maraña social para intentar esclarecer el porqué, hablan los historiadores, el pueblo se moviliza; pero si el peligro no es tan grave y el asunto concierne sólo a una ciudad, la sociedad se mantiene en el cómodo letargo democrático.

De esta manera, el alcalde Gil, al que tanto sufrieron los ciudadanos (normales) de Marbella, y al que tanto jalearon famosos, periodistas del corazón y no del corazón, que entendían que la trapichería y la extorsión son asuntos secundarios siempre que uno sea simpaticote, generoso con los artistillas pancistas y amante de la juerga. Así se entregan en España las alcaldías: los votantes votan y el alcalde parece que hereda un feudo y hay que echarse a temblar no por las posibles ilegalidades, de las que uno la mitad de las veces ni se entera, sino por todos los disparates que se pueden perpetrar al amparo de la ley.

A uno le gustaría, como decía Buñuel, ser de pronto dictador vitalicio y nombrar personalmente a alcaldes que tuvieran un interés honesto por el bienestar ciudadano, que se dejaran asesorar por personas que proyectaran la ciudad sensatamente, con medidas sabias aunque fueran impopulares. Si yo fuera dictadora vitalicia no me importaría que hubiera medidas impopulares, porque mis sabios consejeros sabrían que hay veces que el bienestar de la ciudad pasa por adoptar medidas impopulares.

Eso pensaba yo el 2 de mayo paseando por un Madrid que no era Madrid, por una ciudad fantasmal, habitable, en la que se podía escuchar el silencio y caminar sin sobresaltos. Si fuera dictadora vitalicia, pensaba, me iba a cebar con los coches: multas, prohibiciones, con tal de que el madrileño se dejara el coche en el garaje. Por el barrio de Chamberí paseaban ancianas del brazo de inmigrantes que adecuaban su andar al paso lento de la vejez, y su mente joven a la conversación ensimismada, cargada de recuerdos y de lagunas de la señora. Éramos los únicos habitantes de este Madrid que frenéticamente se echó a las carreteras. Igual que salen los caracoles después de la lluvia, salimos a disfrutar de la tranquilidad.

Madrid está lleno de abuelos. Abuelos que cambian según las zonas: los del centro señorial están más solos, son los que suelen ir acompañados por una muchacha inmigrante y, a pesar de la decadencia física, de sus ropas se deduce un pasado burgués; los de los barrios se arraciman en los bancos en cuanto sale un rayo de sol y parecen más activos y más sociables, como si se hubieran traído el pueblo a la gran ciudad. Se visten de un sport recio, y tienen la solidez ósea de los trabajadores manuales. Las señoras, aunque gordas, mantienen las carnes en su sitio, igual que el cardado, y dan la sensación de no perderse una ganga del Champion ni un viaje del Imserso. Pasean y enredan mientras tienen capacidad de movimiento. Llega un día que no lo tienen. Para esa legión de abuelos que necesitan cuidados diarios Madrid no tiene sitio, o al menos eso parece por el trabajo que le está costando al Ayuntamiento ceder espacio para las residencias. Eso leo en esta sección del periódico. Vallecas, Moratalaz, Legazpi, barrios que no pueden ceder una casa común a sus viejos. La Comunidad dice que tendrá que sacarles fuera de Madrid. Un segundo éxodo para muchos de ellos que conquistaron la ciudad cuando eran jóvenes, pero más triste sin duda.

Dicen estos días (al calor de las elecciones francesas) que los ciudadanos tenemos los gobernantes que merecemos. No lo tengo claro. Yo no voté a éstos. Pero, aunque muchos de estos ancianos hayan votado a Álvarez del Manzano, ¿se merecen a Manzano, se merecen el desinterés que hay hacia ellos? Incluso cuando ganaron los nuestros (¿nuestros?), ¿me merecía la forma en que malbarataron algunas ilusiones?

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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