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Columna
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¿Quiere usted ser rico?

El alimoche es un buitre amenazado fácil de reconocer por su rostro, que tiene un vistoso color amarillo brillante. La razón de su vivo color acaba de ser descubierta y está relacionada con dónde mete las narices. El alimoche mete tanto el pico en todo tipo de excrementos que, en España, suele recibir el nombre de moñiguero. Según los autores de un estudio, el rostro amarillo es muy apreciado a la hora de ligar entre buitres, y ahora puede entenderse el porqué: si un buitre tiene la cara muy amarilla y a pesar de eso sigue vivo, ello es que sus genes son muy deseables, porque ha sobrevivido a la ingesta de grandes cantidades de peligrosos parásitos, y a la pérdida de tiempo que supone, en consecuencia, andar por ahí comiendo boñigas. Por todo ello, el alimoche, o moñiguero más ligón, el terror de las nenas, será el que luzca una testa más llena de mierda.

¡Oh, metáfora de la vida, que nos es prestada por la zoología! A veces el éxito es puramente escatológico. Uno mete las narices en la mierda, porque no queda más remedio, y cuando las saca los demás aprecian su gesto: 'Alguien tenía que hacerlo'. Y aunque va uno lleno de mierda, la dignidad se lleva por dentro. El discurso podría ser el siguiente: 'Sí, claro, usted me ve lleno de mierda, pero no se imagina lo que ligo'. Y la pregunta es: ¿nos parecemos en algo a los buitres? Dios me libre de decir algo malo en contra de los buitres. Y menos de los moñigueros.

No sé por qué les cuento esto, pero mi gato me ha cagado en la ducha, y no sé si perseguirle. Estos apretones obsequiosos que le dan me desconciertan. ¿Por qué coño lo hará? Y yo -adoptando el punto de vista del gato-, ¿no soy capaz de acostumbrarme a cerrar siempre la puerta del baño? Es lógico y normal que, si deja uno la puerta del baño abierta, entre cualquier gato que pase por allí, y se alivie. Lo peor para un gato es la puerta del retrete abierta, como todo el mundo sabe. No me extrañaría que si ha olvidado usted cerrar la puerta de su excusado haya ahora mismo un gato cagando en su ducha. Como lo oye. Espero que los gatos no se organicen nunca. Si no, los humanos tendríamos nuestras duchas llenas de mierda. Una materia prima que podríamos utilizar para ligar como los alimoches, y, de paso, dejar a la industria cosmética en la ruina, exhibiendo el tinte dorado de nuestro rostro, como un bronceado espectacular. La cosa se reduce a eso, no es nada más que un maquillaje, sólo parece afectar al pigmento. Si atendemos metafóricamente a parámetros humanos, podríamos decir que con la corrupción pasa lo mismo: a veces uno está corrupto, pero liga un montón. No obstante, aunque los corruptos liguen bastante, incluso más que nosotros, no caigamos en la tentación de creer que si nos volviésemos alimoches no se notaría. Hay muchas clases de corrupción, que es uno de los muchos sustantivos relacionados con la mentira. Y la corrupción empieza por uno mismo, aunque resulte duro decirlo. Háganlo por ustedes. Háganlo por la música. Por Mickey Mouse. Por Brad Pitt. Por los helados. Por la tía Úrsula. Por el BBVA. Por Garzón. Por el golf. Por un baño caliente. Por las ballenas. Por Zapatero. Por favor. Digan no a la corrupción. Digan no al sistema del pelotazo. Digan no al descapotable rojo. Digan no a la casa con piscina. Digan no al yate en el puerto deportivo.

Lo sé. Uno siente ganas de volverse un buitre alimoche, incluso un mono del Orinoco. Uno está harto de perseguir al gato. Uno está harto de limpiar mierda de la ducha. ¿Qué no haríamos para hacernos asquerosamente ricos? ¿Rechazaríamos un buen negocio, simplemente porque fuese un poco sucio? A veces tan solo nos detiene el miedo a la justicia. Porque, ¿hay alguna forma de hacerse inmensamente rico que sea absolutamente legal? ¿Al menos honesta? Si quieren que les diga la verdad, yo no la conozco. Por ahora, me limito al cupón y la lotería. Y además, me consuelo -aunque sea consuelo de tontos- pensando que el dinero no da la felicidad, y que incluso puede causar la miseria moral. Aunque lo peor es cuando falta.

Me viene a la memoria la historia de aquel matrimonio millonario al que se encontró muerto, en la cama, en un hotel de EEUU, tras el crash de la bolsa. En la mesilla de noche habían dejado una nota, en la cual se leía: 'No soportamos la idea de ser pobres'.

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