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Columna
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El reparto

Hay correspondencia entre la longevidad y el trato que damos al cuerpo, ese soporte que nos han confiado para una sola vez. Pasar de los 80 años de edad, raspar los cien deja de ser un acontecimiento memorable. El modo de vida, la dieta, el ejercicio y la voluntad de sobrevivir acrecen las expectativas y empieza a descompensarse -en los países industrializados- la población naciente con la que se resiste a desaparecer. Los pueblos primitivos, que ahora incrementan la emigración hacia los países ricos, tendrán vaga conciencia de su pasado y les empuja la imperativa exigencia de un futuro mejor. Supongo que algo sucederá cuando la balanza se incline con exceso hacia uno de los extremos, tomando en consideración el factor de los inmigrantes. Con los datos a mano no sería descartable una matanza generalizada de ancianos si no se sacude la pereza de la gente fértil. Se alza, como una promesa o una amenaza, no lo sé, la irresistible fecundidad de los asiáticos, los africanos y los mestizos de América. Un porvenir bastante oscuro. Viajeros que vuelven de Londres, de París, de Bruselas nos hablan del asunto que empieza a ocupar las aceras de sus calles. Un hecho irrebatible.

Nos cuidamos más y mejor, procurando un término medio entre la anorexia y la bulimia, la inapetencia y el hambre canina, que son lo mismo. En España ha mejorado físicamente la raza, hasta el punto de que los bajitos, como un servidor, somos mirados de reojo, como rareza en trámite de extinción. Llegamos tarde al deporte y a la dieta mediterránea, conveniente y sana, sobre todo si se practica dos veces todos los días. Bebemos agua y algo de vino, lo que no hacen los norteamericanos, dándole a la leche pasteurizada y a las colas y otros líquidos enlatados. Entre nosotros aún no hay muchos gordos, pero empiezan a menudear. Si se promueven las jornadas de 35 horas y el retiro anticipado es posible que conozcamos otros límites para la jubilación: llegar hasta los 128 kilos entre los varones y 98 las mujeres. Un baremo como otro cualquiera.

En otro tiempo, al respecto, era muy cierto que comer, lo que se dice comer con suficiencia, era cosa de pocos. De mi niñez y modesta condición social recuerdo la habitual pitanza, ni abundante ni variada: desayuno, almuerzo, merienda y cena. No sobraba nada y quizás faltaban muchas cosas. Para aplazar apetencias infantiles se decía: 'Cuando seas padre comerás huevo', en singular, una pieza, porque lo del par de huevos fritos es cosa posterior a los años cincuenta.

Se han vaciado las zonas rurales. Hace poco escuchamos que el entorno palentino de Aguilar de Campoo había sido eminentemente agrícola, hasta el desarrollo de la fábrica de galletas, que ha dejado de muestra cinco o seis agricultores, como en tantos otros lugares. El trabajo de la tierra es muy penoso y los españoles ya no están dispuestos a tundirse los riñones de sol a sol, ni siquiera dos o tres veces al año. Incluso la recolección de la fresa, en Huelva, ya no la hacen los magrebíes -o la hacían a disgusto- y son sustituidos por trabajadoras polacas. Conservamos, como precioso e insustituible maná, el confortable PER, al que se apunta algún deportista extranjero, y parece que puede ser sustituido por ulteriores disposiciones. Un nieto, inclinado hacia la contemplación, me repetía el caduco argumento de que las tareas duras deben realizarlas las máquinas, que ahorran todo esfuerzo muscular ingrato. Argüí que alguien tendría que fabricarlas y respondió, tan fresco, que las importaran del Japón. O de Taiwan.

Cuando se descarte del horizonte personal el medio y largo plazo, parece sensata una política económica por parte de quienes manejan esos resortes. Quiero recordar -no estoy muy seguro de mis neuronas- que hubo una empresa muy popular llamada Los Previsores del Porvenir, y resultó una considerable estafa para la época, a comienzos del siglo pasado. El periódico, en esos mismos tiempos, más hondamente confinado en la clase reaccionaria, fue El Siglo Futuro. En los Estados Unidos, hasta hace poco, un diario, alineado entre los seis u ocho primeros por su tirada y difusión, tiene el título de El Monitor de la Ciencia Cristiana, para que se fíe uno de las denominaciones.

Vivimos más, que no sólo quiere decir que se prolongue nuestra existencia, sino que, literalmente, vive en la Tierra mucha más gente. El problema es saber si habrá para todos. Y, sobre todo, si lo que hay esté juiciosamente repartido.

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