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LA CRÓNICA
Columna
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El país que se nos prefigura

El Instituto de Comercio Exterior, con la colaboración y anuencia de alguna entidad indígena de promotores, ha fijado en 600.000 el número de viviendas que será necesario construir en la Costa Blanca durante los próximos 20 años para atender la demanda procedente de la Unión Europea, que buscará en estos lares su segunda o primera residencia. No se tienen -o yo desconozco- previsiones acerca de ese mismo fenómeno en lo referente a las provincias de Valencia y de Castellón, pero por analogía de sus índices de crecimiento y otros parámetros al alcance de cualquier curioso no resulta temerario afirmar que la colonización urbanística no irá a la zaga, tanto en el litoral, cuya saturación es inminente, como tierra adentro.

El mentado instituto y las fuentes cualificadas que le informan se refieren, como es de suponer, a una demanda solvente constituida mayoritariamente por jubilados, ejecutivos y rentistas que antes o después se integrarán -ya lo hacen- en los censos municipales como unos vecinos más. No se alude aquí, pero va de suyo, como diría un viejo profesor, a la componente inmigratoria ajena a la UE, pero que indefectiblemente busca su lugar al sol y un techo. Añádase a este doble alud humano el que se producirá cuando el AVE a Madrid ponga el centro de la península a una hora del cap i casal, sin atascos, retenciones y demás incordios.

Súmese a lo dicho una novedad que cada día trasciende a mayor número de observadores: el creciente interés de los inversores -nacionales y multinacionales- por establecerse en estos parajes. No es que la capital del reino y Barcelona estén saturadas o se diluyan sus economías de escala. Ocurre sencillamente que el suelo industrial se ha puesto por las nubes, tanto en precio como en localización. Hay que irse a muchos kilómetros de la capital para hallar un asentamiento viable, amén de los inconvenientes logísticos propios de una gran ciudad. En el País Valenciano, y en Valencia particularmente, todavía prima un tempo provinciano que permite exprimir más rendimiento a las horas. Algunos brokers locales, especialistas en la prospección de terrenos, se sorprenden del mérito que los compradores potenciales otorgan a estos detalles.

Tampoco es baladí, aunque pueda sorprendernos -dado el hipercriticismo que derrochamos al respecto-, la excelente cualificación que se le concede a nuestras universidades y a su aptitud para desarrollar proyectos de investigación. Obnubilados como a menudo estamos en los rifirrafes entre claustrales y gobernantes soslayamos aquellas dimensiones decisivas que, a la postre, son las únicas importantes. Esto es: la calidad comparativa de la docencia con relación a la que se ejerce por esos mundos. ¿Alguien se ha preguntado por la cantidad de estudiantes europeos que han optado por estudiar o ampliar estudios en nuestros campus? Colegir que vienen atraídos exclusivamente por la calidad de vida y el clima no deja de ser un simplismo y un desaire a la universidad.

Como es obvio, no está en nuestro ánimo pergeñar un texto publicitario acerca de las bondades de este pais de encuentro, que proclama la literatura turística oficial. Nos limitamos a señalar sumariamente unos hechos perceptibles y previsibles que están diseñando un nuevo país sustancialmente transformado, poco menos que inimaginable y que, nos tememos, pocos políticos elucubran. De ahí la necesidad de que sean los fabuladores quienes, además de escudriñar nuestro pasado más o menos próximo, incluso nuestro presente, aplicando el escalpelo a la realidad social vigente, se apliquen a un esfuerzo de adivinación, de prospectiva, sobre los cambios inminentes.

¿Cómo será ese País Valenciano que se avecina, feliz como el mundo que ensoñó Aldous Huxley, irreconocible, habrá que buscar el mar debajo del asfalto, en qué museo se conservará la huerta, tendrá vigencia la lengua autóctona en la Babel que emerge, gobernarán los socialistas y Rita Barberá, se habrá perdido definitivamente la calidad de vida o, muy al contrario, se acentuará como paraíso de la tercera edad? Y etcétera. Sólo nos falta el novelista con capacidad de mirar a lo lejos con la precisión que vienen haciéndolo cuando se trata de recuperar un pasado disputado. Es el libro que nos gustaría haber encontrado en la Feria. Confiemos en la próxima.

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UN GOL POR LA ESCUADRA

Confieso que no he podido comprender las entretelas del renovado conflicto lingüístico provocado por la exigencia de filología valenciana, y no de sus equivalentes, esto es, la catalana, para optar a la docencia. Uno creía que este contencioso había quedado resuelto en las mesas negociadoras sectoriales y con el fletamento de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Sin embargo, ahí tenemos de nuevo el lío de nunca acabar. ¿Y por qué? Uno tiene la impresión de que el consejero Manuel Tarancón ha querido demostrar que todavía es él quien corta el bacalao y, para ello, nada mejor que meterle un gol por la escuadra a Eduardo Zaplana. Será gol, pero tiene el partido perdido.

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