Tráfico
Viernes 19 de abril. He tardado 70 minutos en cubrir la distancia que existe entre la calle de José Abascal (a la altura de Alonso Cano) hasta la avenida de América. Más de una hora atrapado entre amasijos de hierro. La peor parte del trayecto correspondió a la irreductible calle de María de Molina.
El viaje no debe tener más de 500 metros. Una señora de avanzada edad, y con la ayuda de un andador, tarda menos que el autobús que prestó el servicio al llevarme. Alguien me preguntará cómo entonces no me bajé y continué la marcha andando. Tal vez el cabreo de unos y la zozobra de la mayor parte me envolvieron hasta tal punto que no fui capaz de discernir.
Sé que el tema no es innovador, pero ¿es que nadie, nadie, piensa hacer nada? La verdad es que el asunto me preocupa, no veo nada de positivo en que lo asumamos con resignación. Acentúa mi desconcierto la convergencia que se da en este caso entre la economía y lo cotidiano de nuestras vidas. Estas relaciones debían estudiarlas los políticos y ahí no hay un atisbo de acierto. No soy capaz de comprender cómo se incentiva la compra de coches como instrumento reactivador de la economía.
