Así se originó la peste
La transferencia de un solo gen convirtió a una bacteria inocua en un mortífero agente infeccioso
Yersinia pseudotuberculosis es una bacteria relativamente inocente. Siempre ha contaminado las aguas y los alimentos en mal estado, pero cuando alguien la ingiere, lo más que suele padecer son unas molestias gastrointestinales de escasa relevancia. En algún momento de la historia, tal vez en tiempos del Imperio Romano, Yersinia adquirió un solo gen de alguna otra bacteria igualmente inocua. El gen tampoco era peligroso en sí mismo, pero dotó a Yersinia de un poder peculiar que acabaría inscribiendo su nombre en la lista infame de los mayores asesinos de todos los tiempos: la capacidad de vivir en el minúsculo tubo digestivo de una pulga.
A partir de ese momento, Yersinia pseudotuberculosis ya no tuvo que limitarse a contagiar a los incautos que se la echaban a la boca. La pulga, que suele vivir parasitando a las ratas, pero que no tiene inconveniente en saltar -nunca mejor dicho- de especie para chuparles la sangre a los humanos, se encargaba de inyectar la bacteria directamente en las venas de sus víctimas. El resultado fue una de las mayores catástrofes sanitarias de que se tiene noticia: la peste, que en sólo cinco años, entre 1347 y 1351, segó la vida de 25 millones de personas: una cuarta parte de la población europea.
Para entonces, la bacteria ya no se llamaba Yersinia pseudotuberculosis, sino Yersinia pestis. Los científicos han comprobado ahora que las dos bacterias son prácticamente idénticas. Salvo por el gen que permite a la segunda sobrevivir en el tubo digestivo de la pulga. Un solo gen. Así de fácil es inventar a uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Esta es la conclusión presentada ayer en la revista Science por el equipo de Joseph Hinnebusch, del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EE UU, que se dedica a investigar todo tipo de agentes infecciosos, incluidos los que podrían utilizarse en un ataque bioterrorista.
La idea de usar Yersinia pestis en la guerra bacteriológica no sería muy original, por cierto. Eso fue exactamente lo que hicieron las tribus tártaras que en 1347 asediaban un enclave genovés en Crimea: catapultar cadáveres infectados de peste por encima de las defensas del pueblo. Así fue como la peste entró por primera vez en Europa desde el interior de Asia, donde la enfermedad ya era común desde fechas desconocidas.
Un gen no es más que un segmento de ADN que contiene la información necesaria para fabricar una proteína. El gen que convirtió a la meliflua Yersinia pseudotuberculosis en el mortífero agente de la peste fabrica una proteína llamada fosfolipasa D, que destruye una defensa natural que la pulga fabrica contra las bacterias. Pero lo más interesante es que ese gen no está en el cromosoma principal de Yersinia pestis, que es el que contiene los otros 4.000 genes de esta bacteria, sino en un plásmido: una pequeña molécula circular de ADN que las bacterias pueden intercambiarse con una extraordinaria -y preocupante- eficacia.
De hecho, los científicos han transferido ese plásmido a la bacteria más común del intestino humano, Escherichia coli, y han logrado dotarla así de la capacidad de sobrevivir dentro de la pulga. Las perspectivas que abre este experimento son obviamente amplias, pero mientras acaban de aclararse, convendrá mantenerse alejados de las ratas y de sus pulgas.
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