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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Voces desde el fango

Sabemos, al comenzar La ciénaga definitiva, que el narrador es un caballero fugado de una 'ciudad de antigua belleza', obligado a escapar debido a la amenaza de una multitud que agitaba antorchas, 'como prometiendo la hoguera'. De esa multitud surgió un enviado de la justicia que leyó la lista de sus crímenes, y ese inventario de infamias conforma sus señas de identidad. Este caballero, que alguna vez perteneció a una casa ilustre, ya no es nadie; es simplemente el culpable; ignora la naturaleza de sus delitos, pero acepta la culpa. Acusado de haber perpetrado 'algo intolerable y que la ciudad no toleraría', se adentra sobre su caballo en una ciénaga, 'absolutamente solo y excluido de todo trato humano', allí 'donde ningún corregidor o verdugo osaría adentrarse'. Esto será todo lo que definitivamente sabrá el lector de este hombre, a quien también se acusa de haber insultado a los dioses. ¿Qué dioses? El caballero tampoco lo sabe. Y así esa voz narrativa fingirá un relato -la prosa deslumbrante de Manganelli genera una realidad, más que imaginaria, onírica- que consistirá en la descripción alucinada de la ciénaga.

LA CIÉNAGA DEFINITIVA

Giorgio Manganelli Traducción de Carlos Gumpert Siruela. Madrid, 2002 98 páginas. 12,50 euros

Comarca desconocida, la ciénaga es una orografía de la que 'es imposible dibujar un mapa', a la vez refugio inhóspito y cementerio, superficie lodosa y transparente, regazo de aguas amnióticas y reino de putrefacción, territorio de la blasfemia, laberinto febril habitado de 'lúbricos insectos y mínimos reptiles', lodazal de un planeta que expele sus excrementos, universo de soledad, de malignidad, lugar de una metafísica oscura que se agita en la mente del caballero y que aturdirá al lector con una retórica suntuosa y especulativa, donde es imposible la certeza, y donde las cosas brotan recién creadas por un demiurgo hastiado de la creación, que no cree en las seducciones de la fábula y considera el mundo, es decir, la ciénaga, 'una maraña de pecados traducidos pacientemente a una alegoría de aguas turbias, de balsas lentísimas, de estanques inertes'.

La obra de Giorgio Manganelli (Milán, 1922-Roma, 1990) posee, como pocas, una enérgica persuasión distinta a lo que se suele entender por literatura. No es un autor interesado por contar historias, sino por revelar desde dentro sus convulsiones. Tampoco puede decirse que le importe el mestizaje o la desintegración de los géneros. El autor siempre estuvo más allá, o más acá, según se mire, de la aceptación de la literatura como conciliación. Para él aún estaba pendiente el cónclave estético que debía decidir 'si la literatura es fatua o sencillamente criminal'. Y una novela, según su definición, 'son cuarenta líneas, más dos metros cúbicos de aire'. En Centuria. Cien breves novelas río (Anagrama, 1982) llevó esta propuesta a su paroxismo. La ciénaga definitiva es obra póstuma, publicada el año siguiente de su muerte; se trataba de un texto inacabado, en la fase precedente a la última revisión. Junto con los textos dispersos, reunidos bajo el título La noche (Muchnik, 1997), también publicados póstumamente, que se consideran el taller del que surgió este relato, La ciénaga definitiva es el esfuerzo al límite más logrado del italiano por describir un territorio que alegóricamente fuera semejante a un emplazamiento de la nada, la expresión de un espacio que se vacía por acumulación -'todo lo que está escrito es la nada', era el credo de Manganelli-.

Sumergirse -el verbo es obligado- en estas páginas que son, según la apreciación de Pietro Citati, 'una transcripción inmediata y deslumbrante del subconsciente', supone una experiencia que nos aproxima a la pesadilla y anticipa la muerte. Las constantes alucinaciones y metamorfosis de la voz narradora, irreprochablemente delirante, se confunden con la ciénaga, y en esa materia fangosa, observada como un ser vivo, vemos nuestra condición humana, conformada más por la exasperación y el miedo que por la libertad.

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