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Crítica:LOS ORTEGA, UNA SEMILLA INTELECTUAL Y PERIODÍSTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La elegancia de ser y no hacerse notar

En algunas obras de Brueghel se narran escenas de este teatro del mundo, y nuestra atención queda prendida y distraída por la variedad de seres que se agitan en las actitudes y ocupaciones más dispares. Sólo en un segundo momento reparamos que en un rincón apartado del cuadro comparece una figura atenta, pero ajena a todo ese barullo, que observa con mirada entre tierna, irónica y divertida. Ésa es la impresión que dan los escritos de José Ortega Spottorno, fino observador, que no pierde detalle, pero desde una distancia elegante. En este libro, que es casi su despedida, no sólo están los Ortega, sino también toda una galería de personajes que pueblan esos siglos difíciles de la historia de España. Entre ellos hay una extraña coherencia, y entran en diálogo a través de otro personaje, el propio Don José, del que sabemos que todo el rato está hablando él (introduce el 'yo', nos da su opinión sobre temas y personas), pero raramente habla de él, remitiéndonos en un inciso a unas 'posibles Memorias'.

LOS ORTEGA

José Ortega Spottorno Taurus. Madrid, 2002 488 páginas. 18,95 euros

La dimensión exacta de esta obra la da Juan Luis Cebrián en el prólogo señalando que 'se inscribe con todos los honores en la otra historia de España'. La que a una generación no enseñaron ni a escribir ni a hacer. Esa que el propio Ortega caracterizaba como un ejercicio de altruismo intelectual, como el intento de emigrar hacia vidas ajenas para comprenderlas en un ejercicio de convivencia. Este libro del hijo se acoge a la forma paterna de hacer historia como biografía, es decir, una escritura de la vida que se ve a sí misma desde un 'yo', unos personajes y una circunstancia. Es, ante todo, un ejercicio de generosidad en el que no priman los datos sino los acontecimientos. Encontramos unos hechos, no muchos, quizá aquellos que se le imponen al autor por reparo 'cuando me acuerdo de que soy ingeniero agrónomo'. Los ha espigado en algunos archivos, de la propia memoria y en los textos de los otros, puntualmente citados. Los recuerdos se tejen con delicados silencios, como las razones últimas de la salida de su abuelo Ortega Munilla de El Imparcial, el distanciamiento de Baroja con su padre, el papel jugado por una joven escritora en el dramático episodio de la Residencia de Estudiantes, su propia actividad de apoyo al padre en la posguerra, esencial para mantener el mínimo equilibro material y espiritual en el exilio. Pero él raramente sale en esas fotos, es más bien quien las hace.

Nada extraño, pues el libro

responde a esa voluntad de crear atmósferas, de ser (según la bella dedicatoria de Juan Ramón Jiménez a su padre) un 'imán de horizontes'. La clave nos la da el mismo autor al confesar que ha nacido en una época, pero que ha vivido en otra: 'Tengo la sospecha de haber llegado a este mundo veinticinco años tarde'. De ahí que la historia esté escrita siempre en presente. Una efímera revista musical de su bisabuelo José Ortega Zapata es recordada con morosidad y delectación. Y pide perdón por ello, 'pero fue la primera aventura editorial de un Ortega. El Imparcial, El Sol, la Revista de Occidente, Alianza Editorial y EL PAÍS estaban esperando en el horizonte a los descendientes de José Ortega Zapata, único Ortega, por cierto, que ha entendido algo de música'. Este bisabuelo, probo funcionario de la Justicia, es el lazo con la aventura colonial de Cuba, que proporcionó algún pintoresco personaje a esa 'corte de los milagros' que debían ser en algunas ocasiones las familias Ortega, con sus tertulias y arrecogidos, como ese marqués negrero que, según han contado Doña Soledad y Don José, mostraba la huella de la soga en su cuello a los alucinados hermanos Ortega, aportando irrepetibles precisiones sobre el placer orgásmico de los ahorcados. Anécdotas sabrosas, pícaras a veces, de hondo significado histórico otras, menudean en el libro, dando razón de un cambio de siglo a través de familias claves en la historia de España. Desde los cargos políticos en el caso de los Gasset, cuya contribución indudable a la modernización de España se hace desde unas prácticas caciquiles que el descendiente relata entre perplejo y divertido.

Hilos invisibles unen a los diferentes Ortega: la costumbre de los paseos ensimismados por los largos pasillos de las casas, su escasa habilidad para hacer dinero y menos todavía para retenerlo, las aventuras editoriales y periodísticas, y algo que llega hasta su padre, la 'adicción a la noticia'. Porque es, sin duda, el periodismo el 'hilo rojo' que trenza todas estas historias. Asistimos con su bisabuelo Eduardo Gasset y Artime a la fundación de El Imparcial, en una época en que 'se cultivaba un periodismo agudo, violento y audaz. Algo de lo que ocurre ahora'; también a su consolidación como primer periódico nacional, que hacía y deshacía gobiernos, con su padre Ortega Munilla; a los entresijos del nacimiento de El Sol por don Nicolás de Urgoiti. Ortega decía gráficamente en una de sus cartas que 'mama' de El Imparcial, y su hijo José ha dedicado este libro, agavillando sus páginas, 'a toda la gente de EL PAÍS'. A veces el periódico cumplía en la economía de las vidas otra función no menos importante, y que con su habitual agudeza resumió Ramón Gómez de la Serna: 'Artículo de primera necesidad: el que se manda al periódico'.

El libro es una galería vario-

pinta de retratos de época. Están los amigos, entre ellos los médicos Gregorio Marañón, Teófilo Hernando y José Sacristán. También desfilan 'enemigos' como Azaña y Araquistaín. Y magníficas son las páginas que dedica a quien no sólo es un amigo de su padre, sino una manifiesta debilidad suya: Ramón Gómez de la Serna. No faltan personajes fugaces, de inciertos cometidos, como Edgar Neville, 'que enviaba a mi padre fotografías de desnudos de las grandes artistas de entonces'. Pero la generosidad del autor brilla de modo especial en el ejercicio orteguiano de 'salvación' de las personas sencillas que hacen posible una empresa y una vida. Un ejemplo de lo primero es Fernando Vela, todo inteligencia y fidelidad, también Dolores Castilla, 'Lolita de Occidente' a decir de García Lorca. Pero quizá el retrato más conmovedor es el dedicado a su madre, Rosa Spottorno, madre cariñosa y persona discreta y elegante, de quien dice lo que resulta ser la llave de sí mismo: 'La elegancia consiste en no hacerse notar y esa elegancia la tenía asimismo en su forma de ser'. Hasta el final. Tengo oído a los hijos que la aversión a la notoriedad de la madre se manifestaba en frases como ésta: 'Las personas decentes sólo salen en las esquelas'.

Es el padre, José Ortega y Gasset, el verdadero centro de la obra. Fue, nos dice el autor, un acontecimiento para España y su propia vida: 'La verdad es que en todos los momentos importantes de mi vida he sentido siempre a mi padre dentro de ella'. Incluso a distancia, pues el momento de máxima confluencia es el del origen, que titula 'Don José: 1916, un año importante para mi padre y para mí'. Es el año de su nacimiento y también el de su padre a la fama en los países de habla hispana. Va siguiendo con detenimiento sus pasos y sus textos a lo largo de décadas, pero el andar se acelera a partir del exilio y se quiebra en los diez últimos años. Se iba acercando para el padre y para el hijo el 'momento más triste de una vida: cuando ésta se acaba. Tristeza sobre todo para los que se quedan a este lado de la orilla y sienten ¡qué solos les dejan los muertos!'. Aunque antes de partir también nos dijeron la manera de tenerles siempre presentes: 'No reduzcamos los muertos a las obras que dejaron: esto es impío. Recojamos lo que aún queda de ellos en el aire y revivamos sus virtudes'.

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