Las galas del difunto
Teatro escénico
Para qué hacer broma con las cosas que no tienen gracia. Uno de los actores nominados al gran premio -que no recibió-de los Max celebrados en el Principal de Valencia, Rafael Alvarez, El Brujo, dijo antes del fallo que el teatro no debería sentir necesidad de actos de esa clase para sobrevivir. Pero qué más da si el premio nacional a la mejor escenografía repite el del año anterior, si el que obtuvo con toda justicia el escritor Eduardo Mendoza por su brillante adaptación de Panorama desde el puente ni siquiera figuraba en el trío final de candidaturas más votadas, si los acuerdos de retransmisión por la tele fuerzan a tragarse una ceremonia de tres horas debido a los numerosos cortes publicitarios. Lo mejor de la velada, aparte del glamour de segunda mano, el gran José Tamayo, que es en sí mismo todo un espectáculo.
El golpe inacabado
Hugo Chávez será lo que será, y no parece la clase de persona con la que uno tomaría café a media tarde con gusto. Pero fue elegido en unas elecciones intachables y se ha montado contra su presidencia un golpe medio fracasado y lo bastante chapucero como para levantar toda clase de suspicacias. La efímera presidencia usurpada por el jefe de la patronal venezolana se diría copiada en cierto modo por la experiencia italiana, donde el empresario no se limita a ejercer su benéfica influencia sobre el poder político sino que lo ocupa directamente, y santas pascuas. Para qué andarse con tonterías de intermediario. En nuestra pujante comunidad ocurre a primera vista casi todo lo contrario, aunque no es preciso ver en ello un indicio de desánimo, sino una ligera desviación de tiro que el tiempo, ese fantasma por delegación, corregirá.
Dos colosos
No es por citar a los amigos vivos en las cosas de la prensa, una pandemia periodística que detesto y que me cuido de practicar, pero hay que tener los atributos de los dos hemisferios de la inteligencia tan bien puestos como Ximo Ferrandis para preguntarle, en entrevista, al candidato de las internas o primarias del socialismo a la valenciana Ciprià Ciscar sobre el trato que piensa dispensar a su gran hermana y a su enorme cuñado, casi tanto como para inquirir al otro candidato, Joan Ignasi Pla, si abriga algún temor en el futuro respecto de quién sabe qué turbio nubarrón agazapado que se toma su tiempo -ese fantasma, etcétera- para descargar su furia. Fuera de eso, y renunciando a la multitud de fábulas clásicas que podrían mencionarse sobre estas candidaturas, entre Pla (al que le falta un hervor de dicción) y Ciscar (a quien le sobra) me quedo con Joan Romero, dicho sea al margen de los méritos del vencedor.
La función del metal
En las noches gloriosas del extinto Café Malvarrosa, que eran casi todas, resultaba muy accesible compartir barra o altillo durante horas con Rafael de Paula y Paco Brines, muy bien servidos en prestaciones etílicas por Tomás March o Toni Moll, al hilo de historias más bien extraordinarias adobadas por José Marín, Julio Bosque o Guillermo Peyró Roggen (tan orgulloso del origen noruego de su apellido materno), adictos a una cita innominada a la que a veces acudía, ya algo tarde, una fulgurante Carmen Alborch. Toreros de cartel aparte, la estrella indiscutible era Brines, tanto en esas mesas como en tantos otros manteles de muchos tenedores, y es muy posible que a esas veladas interminables y su rondó de palabras deban alguna cosa Vicente Gállego o Carlos Marzal, dos poetas de postín que andan por el monte solos. Carlos Marzal, tan educado, tan respetuoso, tan bien dotado de una mirada malévola cuyos efectos prefería hurtar a sus palabras.
La numerosa policía
Hay déficit de efectivos policiales. Y el que habrá. El otro día se celebró un partido de fútbol en Dinamarca que enfrentaba al equipo de ese país con el de Israel, encuentro de alto riesgo vigilado por tres mil policías para los nueve mil aficionados que acudieron, una proporción nada desdeñable que tampoco pudo evitar los altercados. Si para celebrar una cumbre de lo que sea, euromediterránea en Valencia, en este caso, con su correspondiente manifestación antiglobal, se requieren de otros tres mil policías para garantizar el orden, mientras se sugiere a los comercios que mejor bajen la persiana por si acaso, entonces es hora de preguntarse si no será oportuno copiar la idea del alcalde de Madrid sobre la construcción de un manifestódromo pero reconvertida en la necesidad de diseñar un cumbrédromo. Que bien podría instalarse en esa estación espacial que anda merodeando por los cielos.
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