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Columna
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La taladradora

Resulta entre tierno y extraordinariamente molesto escuchar un programa de Radio 2 (emisora de música clásica de RNE) mientras se oye taladrar, semana tras semana, el tabique de la oficina contigua a los mismos estudios desde donde se emite. ¿Será posible?, piensa uno. En fin, al principio, causa cierta ternura, luego, cansa, y, finalmente, exaspera e irrita. El locutor y director del programa lo menciona y se disculpa por ello. Pero, amigo, ya no basta. ¡Que llame a la puerta del vecino, piensa uno, y le mande callar! -como lo hizo el 'comandante', dicen, antes de que aparecieran los Chávez o los Fujimori-. A ver si no. Uno está ya harto. Ya sí. Si ya resulta cansino el tono profesoral y pausado del locutor tras escuchar las lecciones magistrales del soberbio Alfredo Kraus, o comparar las interpretaciones de Victoria de los Ángeles y la Callas en algún aria de La Traviata, hacerlo con el taladro al fondo, no se aguanta. Cosas de país de segunda con radio de tercera.

Me imagino, sólo me imagino por un momento a esa taladradora sobreponiendo su ruido al propio aria. Aún más, taladrando cada emisora con su ruido quedo e infernal mientras uno debe aguantar en la habitación con un receptor que no pudiera apagar. Sería espantoso. Una tortura. Pues es precisamente lo que nos ocurre con la cuestión, el tema vasco o como quiera usted llamarle.

No es que su ruido contamine la emisora de la política (lo que no es poco) sino que ha pasado a cada ámbito de la vida. Y, claro, ese receptor no lo puede usted apagar -aunque todos estemos condenados a que se nos apague tarde o temprano-. Si viene por aquí un escritor, descuide, que acabará hablando en su conferencia del tema (si no viene precisamente por ello). Que hay un acto universitario, sabe ya que no será para tratar sobre física nuclear o el nombramiento honoris causa de alguna eminencia, sabe que es para lo que es. O sí, es para hablar de los superconductores, pero, a la cena inevitablemente le preguntarán por esto y por cómo se vive aquí. Si va usted por esos lugares con algún equipo de fútbol del lugar, saldrá el tema (desde sus gradas o de las del contrario). Y es posible que algún fanático le saque la navaja a cuenta de él (como le ocurrió a aquel hincha de la Real). Si va a una boda, saldrá el tema. O puede que no salga para que los comensales no acaben a tortas, que es otra manera de salir.

Si va de pesca o de caza, quizá se libre usted. Pero, si va a ver remar, pongamos que a La Concha allá por septiembre, descuide que algún chapuzón de tema recibirá usted. Lo mismo si va a la pelota o a comprar libros, habrá allá quien se lo recuerde. Si es que no se tropieza con una columna de best seller que titule, por ejemplo, La cuestión de la cuestión. Y si hay un escándalo en algún gran banco, el tema aparecerá también por allí.

Todas las emisoras de nuestra vida, ese receptor que no queremos apagar -no, por favor- están invadidas por el ruido quedo e infernal de la taladradora-tema . ¿No es torturante? Lo es.

Y mientras tanto, la vida, la de verdad, se nos va yendo. La disfrutamos, es cierto -a ratos, como todo hijo de vecino-. Pero con ese ruido quedo y martirizante, olvidamos lo que es la verdadera diversión. Y olvidamos cosas fundamentales. Olvidamos que tenemos una reforma (¿contrarreforma, mejor?) en la enseñanza a la que hacer frente (por olvidar, olvidamos hasta que debemos preocuparnos de la educación). Que no sólo de aire vive el hombre e interesan las inversiones extranjeras, las expansiones comerciales o la implantación industrial en otros países. Que vivimos en la cornisa cantábrica o en el eje atlántico (¿recuerdan que Ardanza se ocupaba de ello?) y que éstas están quedando atrás en la Europa que viene. Que lo que nos viene es un continente interétnico (y esperemos que no 'multicultural', palabra ya popularizada al modo de Sartori) y aquí nos vale con un director general 'majete'. Que es tiempo de hablar del superpuerto, del tejido urbano (y de urbanismo) y del TAV, con el que se quedaron los catalanes (y está bien por ellos).

La taladradora de la cuestión taladra nuestra nave. Hay quien cree que ya inevitablemente irá a pique. O, lo que es lo mismo, que es tiempo de salir de esta habitación infernal y emigrar. ¿Es ya tan tarde? Pudiera ser.

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