El desafío político de una izquierda sin líderes
La huelga general de ayer representa el primer gran obstáculo al que se enfrenta el Gobierno italiano de centro-derecha, tras el aplastante triunfo electoral de mayo pasado. La imagen del país parado y de las calles repletas de manifestantes habrá traído a la memoria del primer ministro, Silvio Berlusconi, la amarga memoria de su fracasado primer Gobierno, en 1994, cuando los sindicatos le plantaron cara e impidieron una reforma del sistema de pensiones italiano. Entonces, la coalición de Gobierno no estaba tan consolidada como hoy, ni disponía de una mayoría parlamentaria tan amplia, con lo que el experimento berlusconiano duró apenas unos meses. El Ejecutivo que preside hoy Il Cavaliere es mucho más sólido y cuenta con el apoyo de la pequeña y la gran empresa. Aun así, Berlusconi ha reaccionado con preocupación, casi con nerviosismo, al desafío de los sindicatos, a los que ha acusado de haberse lanzado a una 'guerra de religión' en defensa del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores, cuando la ley que pretende limitar sus garantías 'no afectará a la mayoría de los trabajadores italianos'. Tanto es así que, según Il Cavaliere, existen más que fundadas sospechas de que la huelga general que paralizó ayer Italia sea en realidad una maniobra política.
Poder de veto
Para el Gobierno de centro-derecha lo que en realidad está en juego no es la reforma del artículo 18, cuyo alcance es limitado, sino 'el poder de veto de los sindicatos', como explica Renato Brunetta, profesor de Economía del Trabajo y uno de los autores del programa económico de Forza Italia, el partido fundado por Berlusconi. Si esto es cierto, lo es también el razonamiento inverso; es decir, también para el Gobierno de centro-derecha la defensa a ultranza de la reforma propuesta constituye un desafío político a los sindicatos, 'el desafío de gobernar el país', dice Brunetta. En el pulso establecido entre ambos poderes han quedado atrapados, de hecho, dos confederaciones sindicales moderadas y de menor envergadura, CSIL y UIL, pero también el centro-izquierda y buena parte del empresariado italiano. Los grandes grupos industriales, Fiat, Telecom o Pirelli, ven con horror la ruptura de la paz social, y esperan que el Gobierno sea capaz de llevar a la mesa negociadora al menos a alguno de los sindicatos moderados.
Pero el desafío lanzado por Cofferati, que ha declarado su intención 'de forzar al Gobierno a modificar parte de su política económica y social' (EL PAÍS, 31 de marzo de 2002), ha sido acogido de forma entusiasta por millones de italianos, y ha obligado a CSIL y a UIL a secundar la línea dura del chino. En la batalla interna por la hegemonía sindical ha vencido claramente Cofferati, como ha vencido a los líderes de la izquierda italiana, obligados a seguirle en todas y cada una de sus iniciativas de lucha a la política de Berlusconi. Los votantes de izquierda, que se sentían huérfanos de líder, lo han encontrado, pero, lamentablemente para ellos, la estrella política del líder de la CGIL será fugaz ya que, como él mismo ha confesado, no piensa lanzarse a la arena política.
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