PERNOCTAR UNA NOCHE DE GOLPE

Cinco periodistas españoles, un norteamericano y dos mexicanos resultaron atrapados por los cortes de carretera registrados durante la crisis venezolana y, sin hoteles donde pernoctar, desesperados, debieron hacerlo en un burdel, conviviendo con travestidos y parejas de fornicadores. José Miguel Azpiroz, corresponsal de la Cope, especialmente incómodo, figuraba en la relación de los avecindados con el pecado. Ignorando a los periodistas, las parejas vulneraron alegremente el sexto mandamiento y los jadeos fueron parejos a la vigilia de algunos informadores, angustiados ante la posibilidad de que sus esposas negaran veracidad al trance y consideraran que la estancia había sido voluntaria. El aeropuerto de Maiquitia había quedado incomunicado con Caracas porque grupos de manifestantes asaltaban, o apedreaban, a los vehículos que se aventuraban en la ruta hacia la capital. Una joven abogada de la clase alta caraqueña aconsejó al grupo descansar en alguno de los hoteles de la zona. El alojamiento fue imposible porque su capacidad había quedado desbordada por la demanda. Mientras varios trataban de convencer a la dirección de un hotel de que habilitara 10 colchones en el suelo de un salón, Joaquim Ibarz, de La Vanguardia, efectuó una batida tratando de encontrar alguno libre. Al poco regresó con la buena nueva: 'Tengo 10 habitaciones en un hotelillo bastante decente'. La comitiva hacia la recomendada posta incluyó a corresponsales del diario Abc, El Periódico de Catalunya, EL PAÍS, un mexicano de Reuters, otro de AP, la abogada y otra señora que, temiendo quedar sola, suplicó ser aceptada. La sórdida fachada del hotel, el saludo del dueño, pistola al cinto, y el tráfico de parejas era alarmante. Pero la fatiga era mucha, y cada cual eligió su habitación, algunas con jacuzzi de refocile, y bastante mugrientas casi todas. Tratando de ponerse al día sobre los incidentes, el más pequeño del grupo de informadores corrió hacia la televisión de su habitación y se subió a una banqueta para alcanzar los mandos y escuchar las noticias. La programación ofrecida casi lo tumba: el rostro de una asiática ocupaba toda la pantalla practicando una felación a un negro. No quedó otro remedio que cerrar los ojos, y los oídos, y dejar pasar la noche.-
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