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LA CRÓNICA
Columna
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Pero, ¿existe Inglaterra?

Como nunca he puesto un pie en Inglaterra, pero me he pasado la vida leyendo a su interminable nómina de espléndidos escritores (Enid Blyton, las hermanas Brontë, Saki, Forster, Greene, Ford Madox Ford, Vita Sackville West, Conrad, Le Carré, Barnes, Rushdie, Agatha Christie, P. D. James y todos los que me dejo), a menudo me pregunto si Inglaterra no será una fabulosa invención literaria, una isla ficticia por donde es imposible circular sin tropezarse a cada esquina con un montón de historias a cual más fascinante.

Con ánimo de despejar la incógnita, quedo con Josep Martí Gómez, gran maestro del periodismo, que fue corresponsal de la cadena SER en Londres durante el reinado de Margaret Thatcher y que ahora acaba de reunir sus artículos sobre Inglaterra en un libro delicioso titulado El corazón inglés (Mondadori), que, si he de ser sincera, no ha hecho sino hostigar mis sospechas, pues algunos de los episodios narrados tienen todas las trazas de ser disparatadas ficciones. Lean lo que sigue y díganme si no tengo razón. Cuenta Martí Gómez que durante su estancia en Londres, Mercè Vilaret, la realizadora de televisión fallecida en 1993, se sentaba todas las mañanas en un banco cercano a su hotel y se ponía a fumar y a leer el periódico. Un día, tras percatarse de que la observaba un vagabundo e intuyendo que al tipo le apetecía fumar, le tendió un cigarrillo, que éste rechazó con el siguiente argumento: 'Por favor. Yo no soy un pobre que va pidiendo. Yo soy un vagabundo vocacional'. Vilaret, atónita, volvió a enfrascarse en la lectura hasta que el vagabundo requirió su atención y le dijo: 'Perdone que la importune, señora. Me gustaría sugerirle que no apure el cigarrillo hasta el filtro. Así lo podré aprovechar cuando lo tire'.

'Inglaterra es un país extraño y muy complejo, lleno de contradicciones', sostiene Martí Gómez. 'Venden la imagen de un pueblo de gentlemen y, en cambio, tienen la clase obrera más bestia del planeta. Sus gentes son aparentemente frías y egoístas, pero han puesto en marcha la mayor parte de las organizaciones de carácter humanitario que cuentan hoy en día. Es un país ferozmente anticomunista y, sin embargo, es ahí donde se publican las revistas teóricas más importantes sobre el marxismo. Tiene fama de ser un país antieuropeo, pero es el que más cumple las normativas de la Unión Europea. Y, aunque no tiene montañas, el primer escalador que alcanzó la cumbre del Everest era un británico, por supuesto. Bajo la impresión de orden, creo que es un país profundamente ácrata, último refugio de movimientos libertarios. Y, pese a la apariencia de contención, son mucho más desinhibidos que nosotros y más conscientes de sus derechos, con mucha más cultura democrática. En una ocasión llamé a la BBC y pregunté cuánto cobraba el director. Me lo dijeron sin problemas. Luego, llamé a TV-3 y pregunté lo mismo. El hombre que me atendía empezó a decir cosas del tipo: 'Escolti, és que això és molt privat'... Sí, la verdad es que Inglaterra es un país extraño: en el entierro de Charles Wilson, el que fuera el presunto cerebro del famoso asalto al tren correo de Glasgow, la policía se hallaba entre los asistentes. Habían confraternizado, y lo apreciaban'.

No duda ni un instante Martí Gómez cuando le pregunto qué es lo que más añora de Inglaterra. 'Las historias', contesta con la mirada centelleante y la expresión de un niño que pronunciara la palabra tesoro con cierto aire de conspirador. Y, casi sin transición, se saca una historia del sombrero y me sumerge en ella. 'Érase una vez una ladrona londinense de alto standing a quien le diagnosticaron una enfermedad mortal. Al saber que se iba a morir, se fue a unos grandes almacenes, no recuerdo ya cuáles, a robar el vestido de su vida para utilizarlo como mortaja. Y, cuando murió, los grandes almacenes Harrod's le enviaron un ramo de flores al entierro con una cinta donde se leía: 'Te echaremos en falta'. Mientras escucho encandilada me digo que un buen periodista es exactamente esto: un tipo dotado de una curiosidad insaciable, a quien le encanta escuchar historias, que sabe abrir los ojos y aguzar los oídos para aprovisionarse de las mejores, y a quien le encanta contarlas una vez conseguidas, cosa que Martí Gómez hace casi siempre con una mirada marcadamente tragicómica sobre la vida, con una fina ironía de lo más británica y con un estilo directo y efectivo, sin florituras ni retórica. Un estilo que recuerda al de Graham Greene, a quien ambos admiramos y de quien ambos podríamos estar hablando durante horas, aunque Martí Gómez me lleva en eso mil puntos de ventaja, pues él consiguió entrevistarlo y yo no he tenido el placer. 'Con Josep Ramoneda, habíamos intentado entrevistarlo infinidad de veces y no había manera de hacerlo porque en aquella época concedía entrevistas con cuentagotas. Pero luego me hice un amigo, que tenía un amigo, que a su vez tenía un amigo que conocía a un tipo que se emborrachaba de vez en cuando con Graham Greene. Y le pedí a mi amigo que le pidiera a su amigo que le pidiera a su amigo...'. Y así fue como, gracias a la amistad y el whisky, al fin consiguieron hablar con el gran Greene, quien, según cuenta Martí Gómez, escribió El factor humano para poner en su sitio a Le Carré, que se había declarado discípulo suyo.

Cuando me despido de Martí Gómez, con un puñado de historias extraordinarias bailándome en la cabeza, estoy más convencida que nunca de que los mejores narradores del planeta se han confabulado para inventarse ese lugar extraño llamado Inglaterra.

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