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Tribuna:DEBATE
Tribuna
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Bajarlos bien y de verdad

Si hay alguna conquista verdaderamente difícil para los ciudadanos es la rebaja de impuestos, porque los gobiernos no están acostumbrados a renunciar a sus fuentes de financiación. Cuando el gasto público es el principal objetivo electoral, es muy difícil conseguir dicha rebaja. Sólo cuando los ciudadanos convierten la rebaja de impuestos en una demanda electoral consiguen superar la tradición del 'gasto electoralista' y logran el recorte impositivo porque, en ese caso, es el gasto público el que se supedita a los impuestos y no viceversa. Ésta sería la respuesta política a la pregunta. Es una cuestión de preferencias sociales. Si los ciudadanos lo exigen por encima de la demanda de gasto público, hay que recortar los impuestos.

En cuanto a la respuesta económica, depende de muchos factores. En primer lugar, del nivel de partida de la presión fiscal. En los países donde ésta es muy elevada, habrá que recortarlos. Esto suele ocurrir en buena parte de los países desarrollados, donde las necesidades de gasto público (educación, infraestructuras, funcionamiento de las instituciones, protección social mínima) se han cubierto y la demanda de gasto público se va reduciendo. Ello enlaza con la respuesta política enunciada anteriormente. La exigencia de la rebaja de la recaudación se convierte en la forma de imponer un recorte del gasto público que la sociedad considera como 'excesivo' o 'ineficiente'.

En segundo lugar, hay que bajar los impuestos cuando se pueda. Es decir, cuando se disponga de una situación presupuestaria saneada, que permita el recorte impositivo sin incurrir en un déficit estructural. Buena parte de los países anglosajones han seguido este principio de 'suficiencia': primero han reducido el gasto público, posteriormente acumulado superávit y, finalmente, rebajado los impuestos.

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En tercer lugar, hay que bajarlos de forma 'apropiada'. Para ello se debe renunciar al papel redistributivo de los impuestos y ceder este papel, si se desea, al gasto. Con esa renuncia se posibilita eliminar algunas de las distorsiones que se generan en casi todos los sistemas fiscales, y que se escudan en la necesidad de 'redistribuir la renta'. Por ello, la tendencia es a rebajar los impuestos sobre el trabajo y sobre el capital, los llamados 'impuestos directos'. La izquierda tradicional los sigue considerando 'progresivos' y 'redistributivos'. Los liberales y la nueva izquierda, principalmente anglosajona, los contemplan como causantes de ineficiencias y limitativos a la capacidad de generar riqueza y bienestar.

Los impuestos directos inhiben el esfuerzo de muchos individuos, que se sienten como si 'trabajaran para la Hacienda'. Por ello, se busca reducir los tipos, fundamentalmente los más altos. También desincentivan el ahorro, limitando las posibilidades de crecimiento a largo plazo. Los impuestos sobre el patrimonio y sobre sucesiones también deberían ser objeto de revisión, pero aquí las resistencias ideológicas alcanzan su máximo. ¿Es que las clases media o media-baja no tienen herederos?

La tendencia es, por tanto, a reducir más los impuestos directos que los indirectos, dado que los segundos inciden sobre el gasto, no sobre la productividad, el esfuerzo y el ahorro. Paga el que consume, no el que trabaja o ahorra. También se tiende a elevar los impuestos especiales, sobre el tabaco, el alcohol o el uso de combustibles contaminantes, buscando corregir las externalidades negativas asociadas a estos usos. En España se ha avanzado correctamente en esta dirección.

En las reformas impositivas también se busca la sencillez, tanto para la gestión tributaria como para la toma de decisiones de los individuos. Para ello, se pretende reducir el número de tramos. La tendencia inequívoca es hacia el 'tipo único', pese a las lógicas resistencias políticas. Con el número de tramos ocurre como con las monedas de los países europeos. Mejor tres que doce, pero lo ideal es la moneda única. El resto sigue siendo un lío.

Bajarlos bien, y bajarlos de verdad. La rebaja de impuestos debe ser permanente. La política fiscal anticíclica, si es posible y deseable, es mejor que se realice con el gasto o permitiendo el funcionamiento de los estabilizadores automáticos. Para que los recortes de impuestos cumplan su función de mejorar la eficiencia, deben ser duraderos. En particular, se deben implementar medidas de protección frente a la inflación. Sirva como ejemplo el caso de la reforma del IRPF de 1999 en España. Debido a que dicha reforma no fue acompañada de un mecanismo de protección frente a la subida de precios, en la próxima declaración de la renta todos los individuos sin hijos que ganen entre 5 y 9 millones de pesetas pagarán ya este año más de lo que pagaron en 1998. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea su santo nombre.

Miguel Sebastián es economista.

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