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Columna
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Problemas fiscales

Se acerca la campaña del impuesto sobre la renta y el BBVA, Iberdrola, mi amigo Lucas y usted también, lector, se aprestan a preparar su declaración correspondiente. Perdón, no, las compañías no. Ellas pagan impuesto de sociedades, no impuesto sobre la renta. Seguro que las fechas son distintas, pero seguro que lo tienen que pasar también muy mal. A mi amigo Lucas los impuestos le agobian. Es ley de vida. Si nuestros impuestos son sencillos y nos agobian, qué decir de los impuestos de los bancos y las compañías eléctricas.

A mi amigo Lucas le pasa mucho. Como poeta, recibe dinero de varios sitios. Quiero decir que dio una charla en un instituto, o estuvo de jurado en un concurso o recibió una liquidación por las ventas de su poemario. Curioso, tantas fuentes de ingresos y aún no dan para vivir holgadamente. Pero a pesar de todo a Hacienda no se le escapa una. El Ayuntamiento de Alburquerque de los Carros omite enviar a Lucas justificante de una retención de 1.000 pesetas y a Lucas se le olvida ponerlo en su declaración. Meses después Lucas recibe una notificación de Hacienda en que se le recuerda que hace año y medio cobró una conferencia en Alburquerque y que a ver por qué demonios no lo ha dicho.

A cuenta de estos imperdonables olvidos todos los años le queda algo por ingresar, pero aseguro que, después de que Hacienda haya avisado, él corre a complementar lo que le falta. Mi amigo Lucas, que es poeta, me envidia a efectos fiscales (sabe que los prosistas siempre cobramos más que los poetas), pero a los que, por contra, compadece es a los bancos, a las compañías eléctricas, a las empresas de telecomunicaciones.

'Fíjate', me dice. ' Si Hacienda no nos pasa ni una, cómo será con los demás'. Y estoy totalmente de acuerdo. Compadezco a esas gentes. Compadezco a los liquidadores de Hacienda y a los contables de las grandes compañías: Hacienda mostrándose implacable con esas sociedades que realizan cada día miles de operaciones mercantiles, financieras y fiscales; Hacienda ahí detrás, obligando a realizar declaraciones complementarias, recordando olvidos y omisiones, corrigiendo inexactitudes, liquidando tasas, abriendo expedientes, dictando providencias. Un trabajo de titanes. Debe de serlo, sí, porque todos los contactos de mi amigo con Hacienda son postales y eso significa que Hacienda siempre se relaciona vía notificación.

'Deben de cruzarse al año millones de cartas, y los contables de esos bancos, dando explicaciones de esto y de lo otro, sin parar', comenta mi amigo Lucas. Y yo asiento, convencido de que tiene razón. La administración fiscal siempre es algo frío, distante y remoto. Lo debe ser para todos los sujetos tributarios. Si el diputado de Hacienda jamás ha comido con mi amigo, hay que entender que tampoco lo hace con otros contribuyentes. Esto es así. Se lo he jurado: todos somos iguales ante la ley, y eso compromete a la administración tributaria. A mí me lo explicaron en la Facultad de Derecho.

Dicen malas lenguas que hay sociedades mercantiles que conciertan reuniones con Hacienda para hablar de sus impuestos. Pero yo sé que eso es imposible. Los impuestos están para pagarlos. ¿Qué hay que hablar sobre obligaciones estrictamente reguladas por la ley? En cuestión de números no hay nada de que hablar; lo dice no sólo el Derecho, también las matemáticas.

Llega la campaña de la renta y mi amigo Lucas está inquieto. Se trata de aquel recital de poesía en una casa de cultura. Le dieron un sobre con veinte euros y nadie le hizo firmar ningún papel. Tuvo un momento de debilidad y metió el sobre al bolsillo. '¿Tú cree que Hacienda se ha enterado ya?, pregunta. Y yo contesto que lo ignoro, que lo mejor sería hablar con algún alto cargo de los bancos, de las eléctricas del paisito, para saber cómo resuelven ellos estas cosas.

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