¿Inválida reválida?
Los esfuerzos por mejorar la calidad de la educación, en nuestros días, han figurado siempre como prioridad de primer orden en los proyectos de todos los Gobiernos, y no sólo en España. Los planes/programas de mejora, sin embargo y desafortunadamente, suelen consistir en un galimatías de retoques administrativos, de asignaturas añadidas o suprimidas, de modificaciones más o menos sustanciales de los contenidos (para regocijo de algunas empresas editoras) y poco más (en el buen entendido de que un examen de reválida, sobre los ya existentes, pueda considerarse 'poco más'). Hasta donde yo sé, la calidad de un producto/servicio depende fundamentalmente de a) las bondades de las materias primas empleadas, b) la cantidad y calidad de los bienes de capital utilizados en el proceso, c) la cantidad y calidad de la fuerza de trabajo que los utiliza, d) el grado de adecuación entre la mano de obra y los bienes de equipo empleados, y, en algunos casos, e) de que no llueva demasiado ni demasiado poco.
A partir de ahí, parece claro cuáles son las teclas que hay que tocar para que el proceso educativo proporcione mejores resultados. Y también está claro que eso necesita recursos, que eso cuesta dinero. La demanda social, con rapapolvo de la OCDE o sin él, complica las cosas en la medida en que se exigen mejoras en todos los niveles de la enseñanza, y ya.
Da la impresión de que, una vez alcanzada la tan cacareada 'universalización de la enseñanza', apenas queda nada por hacer, salvo ejercicios de cosmética administrativo-legislativa. En lugares no muy alejados de nuestra propia geografía parecen haberse universalizado la zapatilla y la alpargata, el cuaderno, el lapicero y el encerado en vez del ordenador, la conexión a la red, la Intranet en los centros grandes o en grupos de centros más pequeños y la navegación hasta las mismísimas antípodas.
Así las cosas, hemos visto y oído debates y no-debates sobre la elección de los rectores de las universidades, sobre las pruebas de aptitud para el profesorado universitario, sobre la selectividad de ida y vuelta, sobre las dotaciones de becas en sus máximos históricos..., y sobre marcos y molduras que no aportan absolutamente nada a la calidad del cuadro. Y, a todo esto, la reválida presentada como elemento que mejora la calidad de la enseñanza. Torpe de mí, no la he tenido nunca en mi lista. No tendré más remedio que repasar mi noción del binomio causa-efecto. Entretanto, puede que, si mañana pido que me hagan otro análisis de sangre, alguno de mis achaques se bata en retirada.
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