Megapotencia en busca de amigos
En el año 216 antes de Cristo, con casi toda Italia invadida y decenas de miles de soldados romanos aniquilados por Aníbal en la batalla de Cannas, la situación de Roma parecía la del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial después del desastre de Dunkerque y antes de la batalla de Inglaterra. Según Tito Livio, 'no tenía parangón en la historia aquello que Roma se disponía a afrontar'. Las posibilidades de éxito eran mínimas y los argumentos para rendirse muchos. Pero Roma decidió luchar, en situación desesperada, como lo hizo la Inglaterra de Churchill. Se negó a pedir la paz. Lo recuerda Robert Kaplan en su libro El retorno de la antigüedad / La política de los guerreros.
Es posible que Colin Powell, que llega hoy a Madrid, no haya tenido tiempo de leer este libro. Si lo ha hecho no se le habrán escapado los paralelismos que existen con la situación de los palestinos en la guerra actual. Pero también, paradójicamente, con la que afronta el aparentemente tan poderoso Estado de Israel. Ambos, palestinos e israelíes, saben que no pueden esperar merced en la derrota. Ambos luchan por la supervivencia. Ambos se sienten y están objetivamente acorralados. Para todo el inmenso mundo árabe que los circunda sería un sueño que Israel fuera derrotada y expulsada al mar y una pesadilla que Sharon consiguiera liquidar al nonato Estado palestino y expulsar hacia sus propios territorios, egipcio, sirio, jordano y libanés, a toda la población de Gaza y Cisjordania, lo que es un proyecto no expreso pero evidente del primer ministro israelí. Sueño y pesadilla parecen imposibles y sin embargo levitan en las mentes de los contendientes.
Ante una situación tan dramática como la que surge del enfrentamiento de dos pueblos convencidos de que negociar es rendirse y rendirse es morir, hasta la megapotencia que es hoy Estados Unidos, con su abrumadora hegemonía militar, económica y política, puede estar impotente. Por eso son en gran medida injustas las descalificaciones a la mediación de la Unión Europea. Acusaciones que desmiente precisamente el representante de la megapotencia con su visita a Madrid. Powell está aquí porque, pese a lo que muchos en la Administración de Bush creen, EE UU no es ni será nunca omnipotente. Si hubieran podido evitarlo Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz -o Richard Perle, el hombre en la sombra del Departamento de Defensa que los dos anteriores dirigen-, Powell no habría puesto pie en Europa, salvo quizás en Londres para recibir un incondicional abrazo de Tony Blair.
Pero después de la hecatombe diplomática que supuso la reciente gira de Cheney por países árabes para recabar apoyo para una intervención contra Irak, Washington no quiere repetir el ridículo. Y sabe que cualquier indicio de credibilidad de un esfuerzo mediador propio ante los países árabes y el pueblo palestino pasa por el apoyo de la UE a dicha mediación. Por activa o por pasiva, la Administración de Bush ha roto ya tantos platos políticos y diplomáticos en el mundo árabe -y en Europa- como Sharon edificios construidos por la UE en Cisjordania y Gaza. No puede recomponerlos solo. El mensaje lo recibió muy claro Cheney pero también Powell en Marruecos, un aliado tradicional y privilegiado de EE UU.
Hoy, la UE presidida por España tiene una buena oportunidad para enviar un mensaje en este sentido no ya al propio Powell, medianamente convencido, sino a los 'halcones' que anidan en el Pentágono y la Casa Blanca, responsables del maratón solipsista norteamericano. Nadie discute el poder de EE UU, pero la ilusión de algunos en sus centros de poder de creerlo ilimitado es una enajenación que nos pone en peligro a todos.
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