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Columna
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Pesimismo

Con motivo de la visita a Andalucía del Príncipe de Asturias, el PP ha alertado sobre el riesgo de que el Gobierno andaluz le muestre una Andalucía en desarrollo que, según su discurso pesimista y negador de cualquier reconocimiento a la política de la Junta de Andalucía, no existe. El pasado de Andalucía es ayer, pero ayer mismo por la tarde, porque si veinte años no es nada, que dice el tango, veinticinco es nada y un poquito y, sin embargo -ética o estética pesimista aparte- en esos años han pasado cosas que han hecho cambiar a Andalucía, para mejor, desde luego. La economía ha tenido un crecimiento medio superior al crecimiento nacional y europeo y, sin embargo, seguimos estando entre las regiones menos ricas de Europa -y conviene decir 'menos ricas' porque estamos, ahora sí, en la parte del mundo más privilegiado y también conviene recordarlo ya que, una vez que la aldea global es definitivamente una abrumadora realidad, nadie puede decir que no sabe que la mayor parte de la humanidad vive en peores condiciones que vivimos quienes estamos a este lado del mundo-.

En todo caso es cierto que entre los ricos, España es de los menos ricos y de las regiones de España, Andalucía sigue estando entre las menos ricas, si eso es así, y lo es, a pesar de que la economía andaluza ha crecido por encima de la media nacional. Eso quiere decir lo que es evidente para cualquiera que mire hacia atrás con objetividad: que venimos de la pobreza y el subdesarrollo y que hemos andado un camino interesante, por más que nos quede todavía mucho por andar para estar donde queremos: codo a codo con las regiones más ricas de Europa. Acaso incitar al pesimismo y empeñarse en negar la realidad de una Andalucía que crece y mejora, sea una manera de colaborar a no salir de la mística del subdesarrollo como mito que tanto ayuda a hacer discursos y literatura, pero que tan absolutamente poco sirve para estimular las ganas de seguir exigiendo que se tome distancia de un pasado, que es cada vez más evidentemente pasado. Conformarse con el presente sería tan castrante como negar que es mucho mejor que el pasado. No reconocer que se abren caminos es negarse a andarlos hacia el futuro. Es lo malo del pesimismo.

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