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Columna
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Los chistes

El diccionario lo define como dicho agudo y gracioso, a lo que nada hay que objetar. Un buen chiste merece la pena y se singulariza en medio de las noticias luctuosas y pesimistas que nos abruman, aunque la mayor parte de las ocurrencias que escuchamos o que leemos no sean graciosas ni agudas. Una seriedad asnal preside la vida cotidiana, servida severamente en todos los telediarios e informaciones radiadas o impresas. Las mismas viñetas que publican los cotidianos -en éste tan bien servidas por Forges, Peridis, Máximo y Romeu- tienen por objeto hacernos reflexionar más que reír. Hace tiempo conté con la colaboración de uno de los mejores dibujantes españoles, Lorenzo Goñi, sordo como una tapia detrás de la que alentaba un enorme talento. Fue bautizado como 'editorialista gráfico', campo donde se desenvuelven quienes desempeñan esa función. A nadie se le ocurre calificar de simplemente chistosa su diaria creación, sin embargo así se calificó en otros tiempos. Era corriente preguntar: '¿Leíste ayer el chiste de Xaudaró, de Bagaría, de Sileno?'. Aquellos humoristas metían el lápiz en la llaga de la actualidad y lo removían para obtener una sonrisa.

Hace tiempo que no fabrican los almanaques de taco, que se colgaban en la pared, cuyas hojas desflorábamos cada mañana. Además de indicarnos la fecha e ilustrarnos sobre el santoral, incluían un chiste en el dorso. No eran muy buenos y abundaban los chascarrillos baturros y los diálogos paletos entre gallegos, vascos o andaluces. Los echo de menos. Hoy campea el calendario pretencioso sin la relamida grandeza de los que distribuía la Unión Española de Explosivos, homenaje a la pintura realista, con escenas rurales o bodegones de caza.

El chiste suele ser divertido cuanto más severo y respetable sea el tema que parodia o caricaturiza. Es lo que le separa de la tosca irreverencia, de la zafiedad y la escatología, que tantos adeptos tiene. Saltarse con salero la frontera de la respetabilidad de personas o entidades con ironía y finura puede ser la esencia de una buena historieta y mayor indulgencia tendrá la burla que se haga.

Adquirí no hace mucho varios libros editados en Francia sobre esta clase de humor y deduje un par de cosas: que el buen chiste suele ser el mismo en todos los países y que los verdaderamente memorables son pocos. De ellos extraigo algunos que me hicieron gracia, lo que no quiere decir que complazcan a otras personas: en la mañana siguiente a la noche de bodas la recién casada se levanta antes y con amorosa diligencia lleva el desayuno al esposo. Éste prueba el líquido, medio templado, y comenta con un punto de triste desilusión: 'O sea, querida, que tampoco sabes hacer café'.

Más allá, las anotaciones de un hermosa joven en su diario íntimo de vacaciones: 'Lunes: nos hacemos a la mar. Me presentan al capitán, un hombre encantador. Martes: me invitan a la mesa del capitán, que me sienta a su derecha y se muestra muy galante conmigo. Miércoles: el capitán me convida a almorzar en su camarote, se insinúa con delicadeza y me hace proposiciones, que rechazo. Jueves: sé que el capitán me busca por todas partes. Viernes: este hombre está medio loco. Asegura que si no cedo a su pretensión es capaz de hundir el barco. Sábado: he salvado a 500 personas de morir ahogadas'. Trasladada la acción a la Inglaterra más tópica, vemos al lord inglés, que quiere mantenerse en forma, haciendo flexiones sobre los brazos, desnudo, al pie de la cama: arriba, abajo; arriba, abajo. Entra el mayordomo con la bandeja del té y carraspeando respetuosamente, advierte: 'Sire, la señorita se ha marchado hace diez minutos'. Y otro, actualizado: en el Afganistán de los talibanes, las mujeres estaban obligadas a caminar siempre unos pasos por detrás del marido, en señal de respeto. Ahora van por delante, quizás a causa de las minas... Para terminar. En Nueva York, una vieja dama hace ganchillo mientras el esposo lee el periódico y comenta horrorizado: 'En esta ciudad un hombre es asesinado cada siete minutos'. Ella, sin apartar los ojos de su labor, responde distraídamente: 'Pobrecillo'.

Quizá los hemos leído o escuchado alguna vez, pero el buen chiste, como los viejos rockeros, sobrevive. Si tiene gracia y agudeza.

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