Una alquería renacentista en la huerta
La casa de la Serena es una alquería señorial construida en la última década del siglo XVI en término de Alfara, lindante con el núcleo de Benifaraig. Se trata de una de esas piezas clave de nuestro patrimonio, un elemento importante para entender el concepto de alquería y su transformación en el tiempo. Este edificio reúne todo aquello que desde una perspectiva de modernidad debe contener un monumento, ya que define y nos muestra formas, espacios, materiales y técnicas únicas e insustituibles para comprender el devenir de nuestra historia.
La casa se construye tras la consolidación del poder de los Austrias en la sociedad valenciana, ya en época de Felipe III. Esto se puede observar en su atenta mirada hacia la arquitectura áulica, no solo la que en ese momento está construyendo Juan de Ribera para el Colegio del Corpus Cristi, con quien tiene tantas similitudes formales, sino también con la arquitectura que la corte de Madrid impone desde el reinado de Felipe II; una arquitectura culta, próxima a los tratadistas de la época, y donde es perceptible un cierto gusto pintoresquista.
Su torre, la primera con estas formas que en la Huerta de Valencia podemos encontrar y fechar ciertamente, será la referencia iconográfica de las torres, torretas y miramares rurales a partir de este momento. El chapitel que la cubre nos recuerda, dentro de una solución tejada, a las torres de Valsain, a las torres en esquina del palacio del Pardo, a aquellos palacios que emprende la Corona dentro de una política de Estado donde la arquitectura es una pieza más, aunque muy importante, de la imagen que pretende ofrecer la monarquía. Una arquitectura donde el rey vislumbra los perfiles flamencos y las plantas serlianas con torre en esquina que tanto gustan en la Corte y que la aristocracia difunde a lo largo del reino en sus construcciones, siguiendo fielmente las consignas estéticas del renacimiento triunfante que el rey proclama.
La galería superior situada sobre una imposta y trazada con arcos de ladrillo de medio punto es un ejemplo claro de la arquitectura que nos muestra A. Winjgaerden en las imágenes de Valencia que a mediados de ese siglo dibuja para Felipe II, para que el rey conozca las ciudades de sus reinos. Una galería muy propia de la cultura constructiva renacentista como podemos ver en el propio Colegio del Patriarca en Valencia, o también en el Ayuntamiento de Llíria, de la misma época. Su traza, igual que el diseño de la puerta, equilibrada y bien construida, nos muestra un ejemplo claro de la unidad entre lo rural y lo urbano en arquitectura, simples episodios de una única historia, la historia de la arquitectura.
El antiguo jardín lateral de la casa también es interesante por su concepto, se trata de un huerto-jardín cerrado, limitado por tapias, ligado a la huerta en donde está ubicado y que al mismo tiempo, introduce los elementos cultos propios del pensamiento renacentista, que vuelve la mirada hacia la naturaleza intentando acapararla para que forme parte de una idea única: casa-huerto-jardín.
A pesar de todo esto, aún no se ha aprobado el expediente de declaración de Bien de Interés Cultural para esta alquería, lo cual garantizaría en parte su conservación y unidad, sino más bien al contrario, parece ser que según la aplicación de la Ley valenciana de Patrimonio puede quedarse desprotegida y a expensas de cualquier pensamiento extraviado. Si es así, alguien debe enmendar este error en la ley o en su aplicación. En cualquier caso nos encontramos frente una de las piezas más importantes del patrimonio, cuya pérdida sería irreparable; un conjunto que espera una protección decidida y una atención particular por parte de los responsables de nuestra cultura.
La casa de la Serena es una alquería señorial construida en la última década del siglo XVI en término de Alfara, lindante con el núcleo de Benifaraig. Se trata de una de esas piezas clave de nuestro patrimonio, un elemento importante para entender el concepto de alquería y su transformación en el tiempo. Este edificio reúne todo aquello que desde una perspectiva de modernidad debe contener un monumento, ya que define y nos muestra formas, espacios, materiales y técnicas únicas e insustituibles para comprender el devenir de nuestra historia.
La casa se construye tras la consolidación del poder de los Austrias en la sociedad valenciana, ya en época de Felipe III. Esto se puede observar en su atenta mirada hacia la arquitectura áulica, no solo la que en ese momento está construyendo Juan de Ribera para el Colegio del Corpus Cristi, con quien tiene tantas similitudes formales, sino también con la arquitectura que la corte de Madrid impone desde el reinado de Felipe II; una arquitectura culta, próxima a los tratadistas de la época, y donde es perceptible un cierto gusto pintoresquista.
Su torre, la primera con estas formas que en la Huerta de Valencia podemos encontrar y fechar ciertamente, será la referencia iconográfica de las torres, torretas y miramares rurales a partir de este momento. El chapitel que la cubre nos recuerda, dentro de una solución tejada, a las torres de Valsain, a las torres en esquina del palacio del Pardo, a aquellos palacios que emprende la Corona dentro de una política de Estado donde la arquitectura es una pieza más, aunque muy importante, de la imagen que pretende ofrecer la monarquía. Una arquitectura donde el rey vislumbra los perfiles flamencos y las plantas serlianas con torre en esquina que tanto gustan en la Corte y que la aristocracia difunde a lo largo del reino en sus construcciones, siguiendo fielmente las consignas estéticas del renacimiento triunfante que el rey proclama.
La galería superior situada sobre una imposta y trazada con arcos de ladrillo de medio punto es un ejemplo claro de la arquitectura que nos muestra A. Winjgaerden en las imágenes de Valencia que a mediados de ese siglo dibuja para Felipe II, para que el rey conozca las ciudades de sus reinos. Una galería muy propia de la cultura constructiva renacentista como podemos ver en el propio Colegio del Patriarca en Valencia, o también en el Ayuntamiento de Llíria, de la misma época. Su traza, igual que el diseño de la puerta, equilibrada y bien construida, nos muestra un ejemplo claro de la unidad entre lo rural y lo urbano en arquitectura, simples episodios de una única historia, la historia de la arquitectura.
El antiguo jardín lateral de la casa también es interesante por su concepto, se trata de un huerto-jardín cerrado, limitado por tapias, ligado a la huerta en donde está ubicado y que al mismo tiempo, introduce los elementos cultos propios del pensamiento renacentista, que vuelve la mirada hacia la naturaleza intentando acapararla para que forme parte de una idea única: casa-huerto-jardín.
A pesar de todo esto, aún no se ha aprobado el expediente de declaración de Bien de Interés Cultural para esta alquería, lo cual garantizaría en parte su conservación y unidad, sino más bien al contrario, parece ser que según la aplicación de la Ley valenciana de Patrimonio puede quedarse desprotegida y a expensas de cualquier pensamiento extraviado. Si es así, alguien debe enmendar este error en la ley o en su aplicación. En cualquier caso nos encontramos frente una de las piezas más importantes del patrimonio, cuya pérdida sería irreparable; un conjunto que espera una protección decidida y una atención particular por parte de los responsables de nuestra cultura.
Miguel del Rey es responsable del grupo de investigación Paisar, sobre paisajismo y arquitectura rural, de la Universidad Politécnica de Valencia.
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