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NUESTRA ÉPOCA
Columna
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Nuestro futuro hogar

Timothy Garton Ash

En el corazón del barrio de la UE, en Bruselas, se encuentra una de las mayores obras en construcción de Europa. Detrás de las vallas se escucha de vez en cuando algún ruido metálico procedente de un gran edificio de oficinas con la forma de una estrella de mar irregular de cuatro puntas. Sus fachadas están cubiertas por grandes pantallas de cristal, consistentes sobre todo en ventanas, que componen una especie de enormes persianas venecianas. Es el Berlaymont, el que era y volverá a ser hogar de la Comisión Europea, cerrado desde 1991 para ser reconstruido.

Cuando rodeaba esta estrella de mar hace dos semanas, bajo una fina lluvia, de camino a varias citas que tenía en el barrio europeo, se me ocurrió pensar que era una metáfora de Europa. Igual que el Berlaymont, Europa emprendió una reconstrucción masiva y ambiciosa en 1991. Tras el final de la guerra fría y la unificación de Alemania, la Comunidad Europea decidió, en Maastricht, cambiar su nombre por el de Unión Europea y crear un nuevo núcleo de hormigón reforzado mediante la unión monetaria. Al mismo tiempo, aunque más reacia y con más lentitud, se dispuso a afrontar el deber histórico de abrir sus puertas a los Estados recién liberados de la Europa poscomunista.

Uno de los grandes debates será el que se desarrolle entre quienes desean dar el papel principal al Consejo y los que abogan por la Comisión y el Parlamento
En Bruselas se calcula que para el año 2005 se habrán incorporado a la Unión Europea 10 Estados más, con lo que el total será de 25 Estados miembros
El año que viene, Polonia, Lituania o Malta pueden tener voz en el Consejo de Ministros que aprueba muchas de las decisiones fundamentales de la UE

Como la reconstrucción del Berlaymont, este proyecto ha estado lleno de embrollos burocráticos, retrasos sin fin, luchas políticas internas con escasa dignidad, costes vertiginosos que nadie quiere sufragar y, tal vez (aquí hay que tener cuidado ante un posible caso de difamación), también algo de corrupción. Ha tardado mucho más de lo que debía. Ha sido, en muchos aspectos, todo lo que a los detractores de Bruselas les encanta aborrecer. Pero, a pesar de ello, en 2005 tendremos un asombroso edificio nuevo.

Edificio asombroso

El edificio llamado Europa será asombroso en dos sentidos. Primero, será mucho mayor. En Bruselas se calcula que para el año 2005 se habrán incorporado a la Unión Europea 10 Estados más, con lo que el total será de 25 Estados miembros. (Cuando la Comisión ocupó el Berlaymont por primera vez, en 1967, había seis miembros). La frontera oriental de la UE estará en el río Bug y las montañas de los Cárpatos. Antes habrá que pasar por ciertos forcejeos desagradables y es posible que el calendario varíe un poco, pero si todo va de acuerdo con lo previsto, las negociaciones estarán terminadas a finales del presente año. Se supone que el tratado general de adhesión se firmará el año que viene y se ratificará a tiempo para que los políticos de dichos países puedan presentarse a las elecciones para el nuevo Parlamento Europeo, a mediados de 2004. Ya el año que viene, ministros de lugares como Polonia, Lituania o Malta pueden tener voz, aunque no voto, en las reuniones del Consejo de Ministros, que aprueba muchas de las decisiones fundamentales de la Unión Europea.

En pocas palabras, nos acercamos a un momento -inima-ginable durante siglos de historia europea- en el que la mayoría de los países europeos serán, por decisión democrática, miembros iguales de una misma organización, sujetos a un marco legal común. No iguales en el sentido de poder, por supuesto, ni en cuánto pagan por el privilegio, pero sí fundamentalmente iguales en derechos y deberes. Y otro aspecto en el que este edificio será seguramente asombroso, cuando se retiren los andamios en 2005, es que esos derechos y deberes deberían presentarse, por primera vez, en unos términos que cualquier ser humano normal pueda aspirar a comprender.

Mientras leen ustedes estas líneas, en la gigantesca sede de acero y cristal del Parlamento Europeo en Bruselas se reúne una extraña asamblea. Se trata de la Convención sobre el futuro de Europa. Incluye a representantes de los Gobiernos de los 15 Estados miembros, los 13 Estados candidatos y la Comisión Europea, pero la mayoría de los que allí están proceden de los parlamentos nacionales de cada uno de esos países y del Parlamento Europeo. Es decir, la mayoría de ellos son cargos electos. Y ahora nos van a decir lo que, en su opinión, debe ser Europa.

Ni siquiera el más ferviente entusiasta puede pretender que ésta es una gran reunión popular, al estilo de la Asamblea Nacional francesa de 1789 o el Foro Cívico de la revolución de terciopelo de 1989, acontecimientos sostenidos por la apasionada participación de millones de ciudadanos corrientes. Desde el punto de vista de la imagen, me recuerda a una maravillosa tira cómica del dibujante británico Heath titulada Los trajes, porque todos los personajes, en todas las viñetas, llevan siempre traje. Aun así, esto es lo más parecido que ha tenido Europa hasta ahora a una asamblea constituyente. Desde luego, dará más sensación de legitimidad democrática que los forcejeos entre Gobiernos y dirigentes nacionales, cuyo ejemplo más reciente fue la cumbre de Barcelona.

La Convención debe presentar un informe el próximo año. Los Estados miembros no están obligados a aceptar sus recomendaciones en la conferencia intergubernamental que se celebrará a continuación. Pero si sus propuestas son claras y las opciones que presenta son limitadas, este elemento de legitimidad de ámbito europeo, al menos, hará difícil que los líderes nacionales rompan la baraja y empiecen a hacer música con otra partitura. Una vez más, veremos los resultados en 2005.

Pregunta crucial

Lenin decía que el interrogante fundamental de la política revolucionaria se podía resumir en esta pregunta: '¿Quién a quién?'. La pregunta crucial que se le plantea a la Convención es '¿Quién qué?'. ¿Quién debe hacer qué? La mitad de la respuesta consiste en decidir qué cosas corresponden al ámbito europeo y qué cosas al ámbito nacional. El resultado no será un superestado centralizado en Bruselas. Será cierta versión de lo que los franceses llaman, con un término muy práctico, 'federación de naciones Estado'.

La otra mitad se refiere a qué institución europea debe hacer cada una de las cosas que se decida que corresponden a Europa, y no a las naciones Estado ni las regiones. Como debería saber cualquier escolar europeo -aunque la mayoría no lo sabe-, las principales instituciones son el Consejo de Ministros, situado en una especie de gran fortaleza enfrente del Berlaymont, el Parlamento, con su derroche de acero y cristal, y la Comisión, en plena reconstrucción. Uno de los grandes debates de los dos próximos años será el que se desarrolle entre quienes desean dar el papel principal al Consejo, formado por ministros o funcionarios que representan a los Gobiernos nacionales, y quienes pretenden inclinar la balanza en favor de una combinación de la Comisión, quizá con un presidente de elección directa, y el Parlamento, también directamente elegido. ¿Quién qué?

Ya sé, no es fácil imaginar a los taxistas de toda Europa corriendo a leer las últimas noticias en el periódico para discutirlas con sus pasajeros. ('¿Se ha enterado de lo que dijo Giscard sobre la subsidiariedad? Fantástico, ¿no le parece?'). No, ni siquiera en Bruselas. A pesar de los intentos de generar un debate popular más general, para la mayoría de nosotros esto seguirá siendo... una obra en construcción. Golpes, gruñidos, destellos de soplete procedentes de detrás de la alta valla de madera cubierta de pintadas. De vez en cuando leemos informaciones sobre un nuevo ático previsto o un hueco de ascensor mal alineado. La obra parece no tener fin. De pronto, un día, se quitan las vallas y ahí está. Sin acabar en algunos puntos, desde luego; el patio delantero será un lodazal y es posible que la calefacción central no funcione. Pero será un edificio, sin la menor duda.

No obstante, en este caso, existe una razón acuciante por la que deberíamos empezar a mirar sobre la valla y hacerle preguntas al arquitecto. Al fin y al cabo, en este edificio vamos a tener que vivir todos.

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