Impuestos e ideologías
La proximidad de nuestra cita anual con Hacienda ha coincidido este año con la presentación del informe del Comité designado por el Gobierno para la reforma del IRPF. El punto central de la propuesta es la reducción del número de tramos, la disminución del tipo máximo del 48% al 45% y del mínimo del 18% al 15%. A esto cabría añadir también un mejor tratamiento de la tributación familiar. El efecto obvio es que se producirá una menor recaudación, que habría de verse compensada por la mayor simplicidad del sistema y, a decir del presidente de dicho Comité, Manuel Logares, provocaría estos otros efectos beneficiosos: 'Se obliga al sector público a ser más eficiente, se da más alegría al individuo (!) y se ceden parcelas a la iniciativa privada'.
Dejando ahora de lado las cuestiones técnicas, ¿cómo habría que enjuiciar políticamente este proyecto de reforma? ¿Es un proyecto de derechas o de izquierdas? No es ésta una cuestión baladí, ya que uno de los pocos lugares en los que se mantenía una cierta diferencia entre izquierda y derecha era, precisamente, en la forma de entender la organización fiscal del Estado. Por ponerlo en trazos de brocha gorda, la posición de izquierdas propugnaría un sistema con mayor capacidad recaudatoria, más progresivo y con un mayor peso relativo de los impuestos directos sobre los indirectos. Quizá también una mayor motivación en la persecución del fraude. Aunque esto, como el valor en el soldado, hay que presuponerlo siempre de los poderes públicos con independencia de su color político. ¿Siguen teniendo vigencia estas diferencias?
El mismo día de la presentación del informe del Comité de expertos, Daniel Cohen publicaba un artículo en el diario Le Monde en el que analizaba la sorprendente coincidencia entre los programas de los dos principales candidatos a las elecciones presidenciales francesas. Ya no habría las grandes diferencias de antaño, sino un mero cambio de acento en determinadas cuestiones. Lo que aquí nos interesa es que Cohen se hacía eco, precisamente, de la amplia convergencia entre izquierda y derecha sobre el nivel de la carga impositiva. Y, amparándose en Anthony Downs, uno de los fundadores de la teoría económica de la democracia, lo hacía para mostrar cómo la consecución de ese equilibrio al final era el producto de un cálculo estrictamente electoral. Lo que venía a decir Downs era que, en definitiva, los partidos tienden a converger sobre el centro, pero que el temor de perder votos por sus extremos impediría que acabaran por hacer ofertas idénticas.
A estos constreñimientos derivados de estrictos criterios de maximización de votos habría que añadir otros que son bastante más preocupantes. Sobre todo aquellos que derivan de algunas de las condiciones impuestas por la globalización. Ésta provoca la necesidad de diferenciar claramente en el tratamiento fiscal entre los elementos 'móviles', el capital y las empresas -siempre propensos a 'viajar' a climas más propicios-, y los más estáticos, como es el trabajo. Se percibe así una predisposición a disminuir la tributación de los rendimientos del capital y los impuestos de sociedades, mientras que el impuesto sobre la renta, ligado al trabajo, tiende a permanecer estable. Y a esta ley, que reduce considerablemente el margen de maniobra política, han debido plegarse políticos de todos los colores, como ya vimos con la propia reforma fiscal de Schröder. Para acabar de hacernos una idea de cómo están las cosas podemos sumarle a todo esto la necesidad puramente pragmática de afrontar las dificultades de la persecución del fraude. Sobre todo del que se vale una hipersofisticada estructura de sociedades interpuestas u otros instrumentos.
Por todo ello no es de extrañar que los proyectos de reforma impositiva se presenten como una mera 'cuestión de expertos', que es una forma de reafirmar el triunfo del pragmatismo sobre la ideología. El problema es que denota también una evidente 'glorificación de la impotencia', por decirlo en expresión de Emmanuel Todd. Y ésa sí que es una actitud que la izquierda debería tratar de disipar a toda costa.
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