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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los desastres de la guerra colonial

Profesor en el Centro de Estudios Españoles Contemporáneos de la London School of Economics y autor de un excelente libro sobre El fin del imperio español (1898-1923) traducido al castellano (Crítica, 1997), Sebastian Balfour extiende el ámbito temporal y reduce el espacio territorial de esta nueva obra, dedicada al periodo transcurrido -como reza su subtítulo- De la guerra colonial a la guerra civil en España y Marruecos (1909-1939). El aspecto más original de Abrazo mortal es la inteligente articulación de enfoques complementarios proyectados sobre una compleja realidad histórica. El pistoletazo de salida de la carrera colonial africana dada por la Conferencia de Berlín en 1884 y la competencia entre las grandes potencias europeas (Francia, Gran Bretaña y Alemania) para controlar la ribera sur del Mediterráneo crearon el marco geopolítico donde ocupó un lugar subalterno la acción española en Marruecos. El acuerdo de 1904 entre Francia y España fijó las zonas de influencia de ambos países en el desfalleciente sultanato alauí; confirmado el reparto en la Conferencia de Algeciras de 1906, el Tratado de Fez de 1912 transformó en un Protectorado -con alguna merma territorial para España- esa situación de hecho.

ABRAZO MORTAL

Sebastian Balfour Traducción de Inés Belaustegui Península. Barcelona, 2002 627 páginas. 23 euros

Si la derrota ante EE UU en 1898 se asociaba a dos desastres navales, la intervención española en Marruecos quedó marcada por otras dos catástrofes bélicas

La motivación del Gobierno de Madrid para firmar esos acuerdos no se limitaba al interés estratégico de reforzar la defensa de Ceuta y Melilla, las dos plazas de soberanía siempre amenazadas por un entorno hostil. Marruecos también parecía brindar un potencial consuelo para la reciente pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas; tras la invocación a Isabel la Católica y el recuerdo de las hazañas del general Prim en la guerra de 1859 figuraba igualmente la oportunidad de dar ocupación a un ejército compuesto por 529 generales y 23.000 oficiales.

Si la derrota ante Estados Unidos en 1898 se hallaba asociada a dos desastres navales (el hundimiento de las escuadras en Cavite y Santiago de Cuba), la intervención española en Marruecos quedó marcada por otras dos catástrofes bélicas, en este caso terrestres. En julio de 1909, una columna al mando del general Pintos, enviada por el general Marina desde Melilla a raíz del sabotaje realizado por unos rifeños insurrectos contra las líneas férreas de una explotación minera, fue atacada en la falda del monte Gurugú en un paraje llamado el Barranco del Lobo dejando doscientos muertos en su retirada: días después, el embarque en el puerto de Barcelona de tropas de reemplazo destinadas a Melilla provocó el estallido de la Semana Trágica, un acontecimiento decisivo para la vida política española. En 1921, el desastre de Annual alcanzaría dimensiones todavía más trágicas: entre el 22 de julio y el 9 de agosto, la imprevisión del general Manuel Fernández Silvestre, un militar bravucón protegido por Alfonso XIII, fue causante en buena medida de la muerte de varios millares de soldados, desplegados en un insostenible frente discontinuo de casi cien kilómetros en la zona oriental del Protectorado. El Ejército español había sido derrotado y humillado en Annual por fuerzas irregulares muy inferiores en número. Reclutadas entre las tribus rifeñas de la zona y mandadas por Abd el Krim, redactor de las páginas arabes de El Telegrama del Rif y colaborador de las autoridades del Protectorado hasta que su desencanto con el ineficiente neocolonialismo español le había impulsado a la insurección.

La contraofensiva lanzada por

el Ejército español tras el desastre de Annual para lavar la afrenta sufrida, vengar a los muertos y tratar de liberar a los prisioneros en manos del enemigo llevó la guerra colonial a extremos inusitados de brutalidad. Balfour dedica una especial atención a la utilización por la aviación y la artillería españolas del gas mostaza, que tan desvastadores efectos había producido durante la Gran Guerra. Por lo demás, la exigencia de responsabilidades políticas en el Parlamento por el desastre de Annual y las sospechas de la implicación del Rey en el origen de la catástrofe contribuyeron al desprestigio de la Restauración y a la dictadura de Primo de Rivera.

Balfour subraya la singularidad política de Abd el Krim, movido por la ambición de crear una república del Rif, a la vez independiente de Marruecos y libre de ocupación extranjera; en contraste, otros rebeldes ocasionales como el pintoresco Raisuni, una combinación de bandido y señor feudal, siempre estaban dispuestos a poner precio a su colaboración con los ocupantes. La derrota de los rebeldes rifeños, que llegaron a movilizar a más de 60.000 combatientes, exigió la colaboración de Francia con España y un ejército de casi medio millón de hombres: el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925 marcó el principio del fin de Abd el Krim, que se entregó en mayo de 1926 a las autoridades francesas y fue desterrado a la isla de la Reunión. Desde esa fecha hasta la recuperación en 1956 por el reino alauí de su plena soberanía, el Protectorado español del norte de Marruecos no tuvo que afrontar mayores desafíos; la corrupción, utilizada para ganarse las voluntades de los notables locales, también permitió enriquecerse a los administradores -civiles y militares- del Protectorado.

Sin embargo, el Ejército de África regresó al escenario bélico de forma despiadada y cruenta en 1936: esta vez no contra los rifeños alzados en armas, sino contra los españoles que se habían mantenido leales a las instituciones republicanas. Las tropas mercenarias de la Legión, fundada en 1919 por Millán Astray, habían realizado ya en 1934 el primer ensayo general con todo en la represión asturiana; el general Franco también hizo entonces acto de presencia como asesor del ministro de la Guerra Diego Hidalgo. El golpe del 18 de julio hubiese probablemente fracasado si durante las semanas siguientes a la sublevación el Ejército de África no hubiese logrado cruzar el Estrecho con la ayuda de los aviones enviados por Hitler y Mussolini. La ferocidad y la brutalidad utilizadas con los rifeños por militares africanistas como Franco, Mola, Queipo, Yagüe o Varela durante la guerra colonial fueron aplicadas -corregidas y aumentadas- a sus desventurados compatriotas; las técnicas de limpieza de la retaguardia empleadas en Marruecos (esto es, el fusilamiento no sólo de los prisioneros sino también de los sospechosos) igualmente fueron puestas en práctica en lugares como Badajoz. El papel del Otro, desempeñado antes por el rifeño como receptor del odio de los militares africanistas, correspondía ahora al campesino andaluz o extremeño.

Esa maniobra de prestidigitación necesitaba al tiempo que los mercenarios marroquíes contratados por Franco (80.000 hombres, de los que 11.000 murieron) perdieran su antigua condición de enemigos de la verdadera religión y alimañas inhumanas. Si las implicaciones de las anécdotas narradas por Balfour no fuesen macabras, esa milagrosa transformación alcanzó extremos ridículos. Algunas piadosas damas andaluzas bordaban el Sagrado Corazón de Jesús en los uniformes de los marroquíes alistados en los Tercios de Regulares como detente bala; en un pueblo de la sierra de Aracena, la figura del moro alanceado por Santiago Apostol fue sustituida por la efigie de Lenin. La absolución de los rifeños se prolongó después de la guerra: Franco organizó para su servicio personal una Guardia Mora propia de un sultán. En la traducción (o tal vez en el original) de Abrazo mortal se ha deslizado algún que otro lapsus calami; por ejemplo, atribuye a Sánchez Albornoz (Claudio) el incidente producido en 1932 entre el ministro de Justicia Albornoz (Álvaro) y el general Goded. La versión castellana incurre en el error de utilizar la denominación de algunos grados militares británicos inexistentes en España.

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