Aliados o protectorado
El antiguo asesor en materia de seguridad del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, en su libro La única potencia mundial (1999), con franqueza muy de agradecer, considera a Europa un protectorado de Estados Unidos. Ante este tipo de manifestaciones, la clase política europea y una buena parte de los medios preferían hasta hace poco mirar para otro lado y acusar de antiamericanismo -la enfermedad senil de una izquierda trasnochada- a cualquier manifestación crítica hacia la potencia hegemónica. En los últimos meses, el panorama ha cambiado por completo: no sólo con mayor frecuencia saltan a los medios conflictos comerciales, culturales y políticos, incluso la distinta valoración de los derechos fundamentales, sino que empieza a circular la opinión de que los intereses norteamericanos no siempre coinciden con los europeos.
Cambio que se nota muy en especial en Alemania, sin duda, el país más americanizado, a la vez que desde la II Guerra Mundial, más dependiente de Estados Unidos. El antiguo presidente de la CDU, Wolfgang Schäuble, al ser preguntado por su opinión sobre el eje del mal, contesta: 'Prefiero no juzgar la política americana por su retórica, sino por lo que hace'. Último bastión en que se refugia el proamericanismo oficial: la retórica de Bush -desde el 11 de septiembre se han sucedido apreciaciones desafortunadas, al menos para los oídos de cualquier demócrata europeo- estaría dirigida exclusivamente para uso interno, y habría que distinguirla de la política, mucho más moderada, que llevaría a cabo. Por muchas que sean las matizaciones, la opinión pública europea no puede entender no ya los pasillos de la muerte o la venta libre de armas, sino que le parece intolerable que los intereses económicos a corto plazo de un país se antepongan a tratar de evitar la catástrofe ecológica, o que se anuncien, como en las peores dictaduras, tribunales militares sin la menor garantía para juzgar los delitos de terrorismo, hasta, de hecho, terminar autorizando el terrorismo de Estado que practica Israel en los territorios ocupados.
Frente a un occidentalismo extremo que se niega a percibir la menor diferencia entre las dos orillas del Atlántico -Kurt P. Tudyka, en un artículo reciente, llega a proponer, sin un ápice de ironía, el que Europa se integre a mediano plazo en Estados Unidos- se constata un afán creciente de recuperar una identidad europea. Un paso fundamental en este sentido ha sido la creación del euro, condenado a competir con el dólar, al limitar, dígase lo que se quiera, el monopolio que ejerce como moneda de reserva. Ahora bien, una moneda única exige una política económica, pero también una de seguridad y de defensa comunes. Una vez que la guerra de Kosovo ha puesto en evidencia la dependencia militar de Estados Unidos, en diciembre de 1999 el Consejo Europeo de Helsinki ha subrayado la voluntad de conseguir una cierta autonomía en cuestiones de seguridad. Washington advierte que no tolerará estructuras paralelas a la OTAN, por lo demás, a partir de los distintos objetivos que en este tema persiguen Francia, Alemania y el Reino Unido, difícilmente concebibles. El Ejército europeo previsto, sin estructuras propias, sólo podrá utilizar las de la OTAN con el permiso explícito de Estados Unidos.
Aunque una política de seguridad propiamente europea sea una cuestión harto intrincada, está aún por llegar el verdadero reto para Europa. Si el escudo antimisiles resulta técnicamente factible, Estados Unidos lo construirá sin la menor duda. A la hora de instalarlo también en nuestro continente -la mejor protección, con el Atlántico entre medias- cabe que Europa se someta, aceptando su carácter de protectorado, o bien que se parta entre los países que estén dispuestos a asumir esta función y los que pretendan afianzar una cierta autonomía. Desaparecido el bloque comunista y en el grado de integración alcanzado, las relaciones con Estados Unidos constituyen el tema más espinoso de la Europa unida. El dilema es: aliados, conservando una cierta autonomía, o simple protectorado. Un enfrentamiento no resulta factible, ni mucho menos deseable.
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