Prisioneros de Sharon
Mientras las tropas israelíes reocupan a tiros territorios palestinos -ya han entrado en seis ciudades- y sitian la basílica de la Natividad de Belén con dos centenares de personas en el interior, Arafat resiste, prisionero en condiciones humillantes en dos habitaciones de Ramala. Sharon le acusa de ser el 'jefe de los terroristas'. Arafat, en su aislamiento, se ve reforzado como símbolo, pero no controla nada y carece de margen de maniobra, aunque sabe que si logra sobrevivir -lo que no es seguro- volverá a ser, tarde o temprano, el interlocutor de los israelíes.
A Arafat cabe acusarle de no haber condenado a tiempo, en árabe para sus seguidores árabes, los actos de terrorismo, pero a estas alturas tal toma de posición no tendría efecto, pues se vería por los palestinos como un gesto forzado, fruto de su condición de prisionero. Su desaparición, o su exilio, abriría una lucha por el poder entre los palestinos que puede resultar sumamente violenta, y no sólo para ellos, pues la política de Sharon refuerza a Hamás y a los terroristas frente a los moderados. La guerra puede ser larga, a juzgar por los más de 20.000 reservistas llamados a filas.
Arafat aguanta probablemente por tesón, porque sabe que salir equivale a rendirse, y porque cuenta con apoyo internacional. Oficialmente sigue siendo el presidente de una Autoridad Nacional Palestina de la que casi sólo queda el nombre, aunque es reconocida por la comunidad internacional. Incluso la Administración de Bush, que apoya claramente a Sharon, o al menos practica el laissez faire, le da a Arafat categoría de interlocutor.
Con el asedio sobre Arafat, Sharon cierra todos los caminos hacia la paz, pero también invalida las promesas de seguridad que hizo a sus conciudadanos. Lejos de extinguirse, el terrorismo suicida palestino se multiplica. La continuidad del laborista Simón Peres en su Gobierno trunca cualquier posible alternativa política. La ANP ha distado mucho de ser un sistema democrático, pero Israel pierde credibilidad en este terreno con su respuesta de guerra total, a la que ha acompañado de un apagón informativo en Ramala y otros lugares. La restricción de acceso a los medios y observadores internacionales resulta inaceptable, y la falta de testigos recrudece las peores sospechas.
Desde que Sharon desafió a los palestinos y al Gobierno de Barak al pisar, el 28 de septiembre de 2000, la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, puso en marcha un plan sistemático para destruir el moribundo proceso de paz, y con él, a la Autoridad Palestina. Todo ha ido a peor desde entonces para palestinos e israelíes, y empeorará aún más. ¿Es eso una estrategia o una locura? Una acción conjunta y firme de EE UU, la UE y Rusia, junto a algunos países árabes como Egipto, podría romper este círculo infernal. Es posible que algo esté empezando a cambiar cuando Bush contempla la necesidad de hablar del futuro político de Palestina incluso antes de llegar a un alto el fuego.
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