Mundo mutante
Cómo están los periódicos. Según cierto parafraseador de un parafraseador de The Observer, que se basaría, a su vez, en una fuente universitaria británica, los menores de 25 años estarían sufriendo una mutación en los dedos pulgares como consecuencia del uso de los teléfonos móviles y de toda clase de chismes con teclados diminutos que parecen exigir antes el uso del dedo gordo que el del dedo índice, en principio más apto para desenvolverse entre las teclas de no impedírselo la propia postura de agarrar el chirimbolo con la misma mano ya que por aquello de la ley del mínimo esfuerzo, ¿para qué utilizar ambas extremidades si todo se puede reducir a una y su pulgar?
La autora del estudio sostiene que los pulgares de los jóvenes se están volviendo más musculosos y más hábiles lo que nos aseguraría, pienso, una ventaja determinante sobre nuestros primos los monos que todavía no han descubierto ni el móvil, ni las videoconsolas pese a tener también el pulgar oponible, lo que debería llenarnos de satisfacción y podría poner término al primate que llevamos dentro y que suele salir a flote en las situaciones más insospechadas, como por ejemplo, conduciendo. Y, a veces, votando.
¿Pero habrá mutación? Mucho es de temer que no se trate más que de una mutación de papel, o sea, de un trastrueque en los términos, es decir, que se haya tomado mutatis mutandis por tal lo que sólo quería decir cambio, porque para haberse producido una mutación genuina tendría que haberse trasladado la alteración al material genético, lo que hubiera hecho posible su transmisión a la descendencia. De acuerdo, los adolescentes son los campeones del embarazo no deseado pero de ahí a que sus vástagos nazcan con unos pulgares que se han impuesto en la carrera de la evolución va un trecho. Aunque sólo sea por lo masivo del cambio. Según parece el pulgar hábil sería una adquisición universal cuando las leyes de la genética prevén que la mutación sea una cosa aislada y fortuita que se impone a lo largo de generaciones y, seguramente, gracias a que supone una ventaja que los ventajistas consiguen legar a los suyos. Aunque bien podría resultar que el telefonillo naciera con los dinosaurios y estuviera esperando al homínido que, una vez hecho sapiens, hallaría ventaja en manejar el pulgar mejor que sus competidores.
Lo que nos lleva a las marcas, ¿desarrollarán todas el pulgar de la misma manera? ¿Explicaría eso la guerra a muerte entre las compañías telefónicas? ¿La tecnología UTS de próxima generación y difícil arreglo estaría en crisis porque no logra desarrollar también el meñique? He ahí una serie de bonitos temas de investigación suplementaria para la autora del estudio de los adolescentes mutantes. En cualquier caso el que pierde es Spielberg. De haber esperado un poco podría haber reestrenado ET poniéndole rojo y gordo el pulgar en vez de un índice que ya no se lleva.
Y, sin embargo, uno tiende a creer que todo es verdad, o sea que estamos rodeados de seres mutantes. Y no sólo por el pulgar sino porque la teoría de que la función crea el órgano se adapta mejor a nuestras sociedades que a la vulgar naturaleza. Basta con echar un vistazo a la administración o a los partidos políticos. Puede que el manejo hábil de un dedo no conduzca a una mutación pero salta a la vista que en cuanto los grupos humanos crean una función siempre aparece el órgano adecuado.
Acaba de ocurrir en el congreso del PSE-EE donde el propio aparato ha generado su aparato, que es como un pulgar más fino y sensible a las teclas correspondientes. Pero no es privativo de un socialismo en lucha por la supervivencia. El pulgar mutante se da de manera preferente en los medios nacionalistas. Basta con repetir los mantras correspondientes, por ejemplo, el de que somos una nación o tenemos un conflicto que no nos gusta, que no nos gusta, para que a uno le crezca el órgano. Con la particularidad de que luego puede transmitirlo a su descendencia. En adelante, uno será nacionalista por nacimiento, como sostenía Arzalluz. De la misma manera que uno será funcionario por antonomasia. Si es que no son lo mismo. Digo Egibar y... ¿Eguiguren?
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