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Esto es sólo el principio

Barcelona, ciudad de los prodigios, nos ha llevado, no a una cumbre, sino a dos. La oficial ha sido un modesto alcor; la alternativa, un Mont Blanc imponente, con aludes exiguos. Nuestra ciudad, capital europea contra el capital y con estética olímpica bien probada, ha sido fiel a su equilibrada mixtura de fiesta y seriedad y ha confirmado una vez más las palabras del revolucionario Settembrini a Hans Castorp en La montaña mágica: 'Ha tenido lugar en Barcelona una asamblea general y solemne de nuestra Liga. Como usted sabe, esa ciudad puede enorgullecerse de mantener relaciones estrechas con el ideal político de progreso'. Y esto lo decía con esperanza quien sólo aspiraba a sobrevivir en el sanatorio para incurables de Davos, donde Thomas Mann sitúa su famosa novela.

Davos, Nueva York, Porto Alegre, Barcelona... Génova ya no va y quedó atrás. El combate ya tiene sus reglas. La guardia pretoriana sólo atacará a los desesperados y las masas humanas desdeñarán el búnker, no saltarán su foso, dejarán que se hielen de su propio frío los Palacios de Invierno y marcharán alegres por la vía de Laie hasta un Colón avizor que señala con el dedo dónde se halla el enemigo principal.

Barcelona ha escenificado el combate planetario en el que todos intervenimos, activos o pasivos, con claridad y sentido de las formas, es decir, con la luz de la razón. Una multitud a la vez escéptica y creyente, posibilista y utópica, ha asumido la representación del universo humano más allá de ideologías caducas y sordas a los antiguos tambores. Su marcha, como la de los santos afroamericanos, sólo podía ser alegre, cantarina, burla surrealista de la cómica realidad de una cumbre ridícula. Sus banderas reprodujeron el trilema revolucionario que el capital traicionó: el azul de la libertad, el rojo de la igualdad y el blanco de la fraternidad.

Un orden sabio de aparición en escena llevó al color blanco de la paz contra la Europa del capital a encabezar la manifestación más nutrida desde dos 11 de septiembre: el del Estatut en l977 y el de las Torres Gemelas. Culminaba así una semana de actos universitarios, culturales y políticos de gran espíritu alternativo y creador, aunque siempre haya infelices que azucen al derrotismo, al servicio de los conservaduros, diciendo que son pocos 300.000 y que era juego infantil el múltiple teatro que plasmó las protestas demoledoras y las propuestas constructoras.

Los viejos sesentayocheros no deben sentirse despechados porque de apocalípticos hayan pasado a integrados y la fiesta alegre de aquellos grafitos memorables del Mayo francés les suene ahora a frivolidad. Uno de ellos anunciaba que 'esto es sólo el principio'. Y Barcelona ha sido la versión europea más continuadora y realista de los principios del 68, recuperados en Porto Alegre.Incluso un cincuentayochero como yo ha reconocido las brasas de su fuego juvenil (el FOC) en esa continuidad que representa la Barcelona alternativa, universal y humana.

Es tanto el simbolismo de esta Diada europea, que se captan en la manifestación popular mucho significado y metáfora. La encabezaban los radicales pacíficos del anticapitalismo porque esa es, hoy, la vanguardia defensiva contra el terrorismo destructor que practica el capital salvaje y sin reglas. Sus banderas blancas no eran de rendición, sino de paz verdadera, que ha de acabar con la guerra.

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Seguían las naciones históricas (sin historia, según Hegel) para exigir con su rojo apasionado la igualdad que se merecen con las que también sufren el Estado, y allá iban vascos que condenan la violencia, contrarios a la común estrategia ETA-PP de que no decaiga el goteo del que beben ambos. Y, en último término, la socialdemocracia azul cielo que, dentro del sistema imperante, aspira a un auténtico liberalismo no económico, sino político, más los sindicatos que pugnan por, al menos, un trozo del pastel que ellos cocinan mientras otros, los que reparten, se llevan la mejor parte.

Pues bien, dicen las crónicas que la vanguardia llegó a la meta; el centro apenas se desplazó por los continuos afluentes que no cesaban de aumentar el caudal del río que nos lleva; y la cola, por tal motivo, no pudo moverse, aunque aguantó, estoica y leal, hasta su autodisolución. ¿No estamos ante la mejor metáfora de nuestra realidad política?

La iniciativa por otro mundo posible la lleva ya quien va a la raíz de la injusticia y de la guerra.Ella quiere llegar a su meta. Está llegando. Un día u otro llegará. Pero las naciones irredentas avanzarán poco si hacen rancho aparte y no se integran en la lucha común por un federalismo internacional que instaure el respeto y la paz entre los pueblos. Y, en fin, quienes luchan honradamente por enderezar plantas que están podridas desde la raíz verán su esfuerzo detenido y estéril si siguen guardando distancias con las fuerzas vivas de la calle, si siguen aceptando marchar en último lugar y no en primero, conducidos y empujados por ellas.

Al explicarles a mis alumnos esta metáfora de la manifestación,uno de ellos se preguntó: '¿No podrían invertirse las posiciones en la lucha diaria y, unidos los tres bloques, el de vanguardia tomara la iniciativa de empujar al último,que ya se agita en la panxa del bou, a que vaya en cabeza, llenando las galerías que los jóvenes topos están abriendo en la fortaleza capital?'. 'Para eso', le respondí, 'han de pactar con lealtad mutua una colaboración que los defensores del sistema harán bien en llamar, como siempre, caballo de Troya'. 'Pero esta vez', añadí, 'el gran armatoste lo empujarán millones de griegos. Esto de hoy es tan sólo el principio'.

J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona.

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