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Columna
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A por todas

Josep Ramoneda

La dimisión forzada de Miquel Puig como director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión confirma que CiU está dispuesta a no reparar en gastos para intentar ganar las próximas elecciones. Por edad, Artur Mas puede aspirar a una segunda oportunidad. Pero para que ello ocurra tiene que hacer un buen resultado, porque hay demasiada gente al acecho en su coalición. Forzando el juego, hasta los límites del reglamento, como dicen los defensas leñeros para justificar el último patadón, Mas aspira a apretar el resultado y si después gana, operación redonda. Por eso, no le tiembla la mano para hacer un gesto autoritario -achicando el espacio a Miquel Puig hasta ahogarle- porque piensa que los beneficios futuros -tener un director general correa de transmisión en la radiotelevisión catalana- son más importantes que los posibles efectos negativos que a corto plazo pueda sufrir su imagen. Al fin y al cabo, son polémicas por los cargos públicos que resultan mucho más importantes para el pequeño universo político-mediático que para el conjunto de la sociedad. Dicho de otro modo, Artur Mas considera imprescindible para ganar las próximas elecciones contar con una radiotelevisión catalana perfectamente disciplinada.

La primera novedad, por tanto, es que el Gobierno de la Generalitat consideraba que no tenía a 'sus' medios en perfecta sintonía, lo cual queda en el haber del defenestrado Puig y confirma, además, cómo otros acontecimientos vividos en los últimos tiempos, del Ebro a las eléctricas, que los síntomas de declive, de final de régimen no son fantasías de la oposición, y que Mas tiene que tensar muchas cuerdas si quiere recuperar las riendas de la situación. Antes estas cosas no pasaban.

Debería, sin embargo, saber Artur Mas -y también la oposición- que el control de los medios es muy importante pero que no siempre es decisivo. Siempre recuerdo que Mitterrand ganó las elecciones de 1981 con sólo Le Monde y Le Nouvel Observateur a su favor. Y un factor que contribuyó a la derrota de Giscard fue que la gente acabó harta de ver cómo paseaba su arrogancia, mañana, tarde y noche, por la televisión. Los ciudadanos también tienen su sensibilidad, aunque algunos políticos crean que sólo de pan y consignas vive el elector. La clave de las elecciones estará en si hay realmente un movimiento de fondo en la opaca sociedad catalana hacia el cambio, una percepción de agotamiento de régimen. Si lo hay -que sigue siendo una incógnita- no habrá delegado de Mas en la Corporación que pueda evitarlo.

En cualquier caso, Artur Mas ha dejado las cosas bien claras, al explicar lo ocurrido y al esbozar el procedimiento de sustitución: Miquel Puig ha cesado porque se había deteriorado el consenso en torno suyo; y si no es posible pactar un candidato con la oposición ya lo impondrá él -con la ayuda del PP, por supuesto- en breve plazo. Evidentemente, lo de la ruptura del consenso es un eufemismo. Porque el único consenso que mantiene al director general de una radiotelevisión pública es el de la coalición que gobierna. Con lo cual, la frase de Mas simplemente significa que Miquel Puig dejó de gustar a CiU, como es evidente. Sobre el nombramiento unilateral del sucesor hay pocas dudas. Y la oposición, además, va a facilitarle el trabajo porque rechazará cualquier candidato que proponga Mas. El modo en que ha sido despedido Puig da motivos para sospechar que el sucesor que CiU escoja lo será por fidelidad y no por otros criterios. De lo contrario, ¿por qué destituir a una persona que había abierto tímidamente TV-3?

Esta crisis de la radiotelevisión de Cataluña obliga a volver al eterno problema del modelo de televisión pública. Se dirá que no nos debe extrañar que en Cataluña ocurra lo que ocurre en casi todo el mundo: los medios públicos son controlados por el que gobierna sea del color que sea. Pero, dado que tanto gusta enorgullecerse de ser un país distinto, se podría demostrar que realmente lo es aprovechando las oportunidades: al crear una televisión pública, como al crear una administración de nueva planta. En ambos casos se ha practicado el mimetismo más absoluto del modelo español, agravado por los vicios de un país de tamaño pequeño muy dado a la endogamia. Se dirá que cualquier otro partido en el Gobierno hubiese hecho lo mismo. Probablemente es cierto. Pero mal de muchos sólo es consuelo de tontos. El problema del modelo de televisión pública es muy complicado por la voracidad de los políticos, pero también por la precariedad del poder periodístico. Falta tradición para hacerse respetar. Y la facilidad con la que los periodistas aceptan las exigencias de sumisión en las empresas privadas, que nadie pone en duda, porque es sacrosanta ley de mercado que quien paga manda y porque es sabido que reina una moral distinta para lo público y para lo privado, no son el mejor augurio de que la profesión pueda tener capacidad de resistencia en las empresas públicas. Cuando se habla de modelo de radio y televisión se mira sólo a una parte, los políticos, pero no se mira a las otras, empezando por los periodistas que no tienen dinero pero podrían tener poder. Si acude siempre a la cita el ejemplo de la BBC es, entre otras razones, porque allí los periodistas saben hacerse respetar.

Sería bueno que el caso Puig sirviera para que el modelo de radiotelevisión pública se convirtiera en uno de los temas importantes de campaña. Y sería entonces cuestión de tomar la palabra a todos los candidatos para tener una vara exacta con que medir después la distancia entre lo dicho y lo hecho.

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Sin embargo, los pequeños problemas de casa no nos deben hacer perder de vista el entorno. La masiva manifestación de Roma, contra Berlusconi y contra el terrorismo, que viene después de las movilizaciones de Barcelona, debería hacer caer en la cuenta a nuestros líderes políticos de que hay una fronda de malestar que va recorriendo diferentes escenarios europeos. Cualquier elección en Europa debe estar atenta a ello, porque si no hay una respuesta de los partidos parlamentarios a estas preocupaciones, si siguen atrapados en el fatalismo economicista, a estas preocupaciones pueden abrirse caminos mucho más complicados. Precisamente en estos temas TV-3 -gracias a un grupo de profesionales muy competente- ha demostrado atención y sensibilidad. Y podría desempeñar un papel muy importante si los gobernantes pensaran más allá de la difusión del último acto público del conseller en cap. Estas cosas también forman parte del modelo de televisión pública.

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