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Columna
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Táctica y teología de la automutilación

El vicepresidente norteamericano, Dick Cheney, es, por cargo e intereses americanos y particulares, es decir, por lógica, un hombre muy bien informado sobre lo que ignoramos la inmensa mayoría de los mortales respecto a Oriente Próximo. Allí fue autor y gestor, en todo caso gran protagonista como secretario de Defensa, de la forja de la alianza internacional que, bajo la dirección de George Bush Sr., padre del actual presidente de EE UU, derrotó en Kuwait al Irak de Sadam Husein. Allí están también las fuentes de riqueza de muchos de sus benefactores árabes y norteamericanos. Conoce Cheney personalmente y bien a sus interlocutores en las cúpulas de poder de los aliados tradicionales y potenciales en lo que es el mayor foco de conflicto del mundo y el muy posible detonante de convulsiones político-militares mayores y, a un tiempo, el máximo generador de liquidez del globo.

Sin embargo, todo indica que Cheney se lleva bastantes sorpresas de la gira por 12 países de la región, en su mayoría árabes, que concluyó ayer en Turquía después de una breve e intensa recalada en Israel. George Bush hijo; Cheney; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y su segundo, Wolfovitz, parecen haber cometido un craso 'error de casting', como diría un director de cine. Se han equivocado en su valoración del estado de ánimo y de la reacción ante sus pretensiones por parte de de los protagonistas deseados. Salvo Tony Blair, todos sus interlocutores han manifestado a Cheney que sus demandas de apoyo a un ataque a Irak en las actuales circunstancias, con Palestina ardiendo y sumando muertos, son lo que Goethe hubiera calificado como unbegreifliche Zumutung, una afrenta incomprensible.

Cheney ha tenido que cambiar de discurso. De forma tan radical que casi da vergüenza recurrir no ya a las hemerotecas, sino a los archivos de noticias de los días precedentes a su viaje. Después de una gira cuyo objetivo declarado era recabar solidaridad y apoyo logístico para la intervención militar contra el llamado eje del mal, y en especial contra Irak, el vicepresidente norteamericano aseguró ayer en Turquía -después de recibir la última advertencia pública en contra de los planes de asalto a Irak de labios del presidente turco, Bulent Ecevit- que no había acudido a la región para organizar dicha operación armada contra Bagdad.

Como dice el historiador británico Eric Hobsbawm, 'lo que realmente es preocupante en la política americana actual es que, evidentemente, la Administración de Bush no tiene planes a largo plazo. Tal como actúa, va lanzando cerillas a toda la región que se extiende entre el Nilo y la frontera china, toda ella repleta de combustible'.

Pero más allá de los posibles resultados desastrosos de una política que no parecen dictar think tanks de ideología alguna, sino consejos de administración de compañías ocultas -si no quiebran como Enron-, lo terrorífico en la evolución de los acontecimientos en los últimos meses es el hecho de que ha emergido con tanta arrogancia procaz como abismal falta de lucidez esa escuela que cree poder imponer la propia seguridad por la fuerza. Bush, Cheney, Wolfovitz y Ariel Sharon son sus sumos sacerdotes. Parten de la infantil ilusión de que pueden imponer la solidaridad o intimidar hasta sumir en la pasividad a quien no se pliegue a su voluntad.

La debacle en Israel demuestra la puerilidad que subyace a tal estrategia. Mueren israelíes a diario. Arafat ha recuperado su fuerza preso y bombardeado en Ramala. Sharon ha perdido la suya. Los israelíes claman por un alto el fuego, los palestinos, tras el precio pagado, quieren algo a cambio. Están dispuestos a autoamputarse. Aguantarían miles de muertos propios e israelíes. Todos juegan en favor de su causa. Israel no puede aguantarlo. Sharon menos. EE UU, por su parte, se ha autoamputado con su unilateralismo la solidaridad de sus aliados y la confianza del resto del mundo. Su pretendida omnipotencia ha sufrido un desmentido humillante: Cheney quería hablar de Irak -y sólo de Irak- en su gira. Ha tenido que hablar, fundamentalmente, de Palestina. La realidad le ha cambiado la agenda. Quizás por primera vez después del 11 de septiembre. Pero no se dude de que la terca realidad obligará a Washington a hacerlo más de lo que cree y quisiera. Nadie sabe aún a qué coste, propio y ajeno.

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