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Columna
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Juegos de poder

El Congreso Extraordinario del PSE-EE elegirá este fin de semana en San Sebastián a su nuevo secretario general, cargo vacante tras la renuncia el pasado diciembre de Redondo, víctima propiciatoria de la ajustada derrota (las candidaturas agregadas de socialistas y populares quedaron sólo a 25.000 votos de la coalición nacionalista) en las elecciones autonómicas del 13-M. Los oscuros juegos de poder dentro de la nueva Ejecutiva Federal del PSOE y las interferencias de algunos dirigentes de la vieja guardia provocaron en buena medida la crisis interna del socialismo vasco. Equiparando el frentismo nacionalista agresivamente orientado hacia la independencia -suscrito en 1998 por PNV, EA, HB y ETA- con la obligada defensa por el PP y el PSOE de la Constitución, el Estatuto y los derechos humanos, dirigentes jubilados como Corcuera propugnan la vuelta a los días de vino y rosas de la coalición entre socialistas y nacionalistas en nombre del empleo público.

El Gobierno de Aznar, lejos de velar por los intereses generales del sistema democrático, está avivando la hoguera vasca en provecho exclusivo de sus intereses electoralistas en el resto de España. La tesis según la cual el PSOE debería limitarse a escribir con buena letra las instrucciones dictadas por Aznar sobre el cumplimiento del Pacto Antiterrorista trata de empujar a Zapatero hacia un humillante dilema: o es un calzonazos, si acepta esa pretensión, o es reo de deslealtad, si la rechaza. Las venenosas intervenciones televisivas del jacarandoso Arenas sobre los conflictos de los socialistas vascos y la negativa del presidente del Gobierno a recibir al secretario general del PSOE para discutir las medidas de protección a los concejales socialistas y populares están llevando la degradación del sectarismo partidista hasta límites obscenos.

Fracasada la tentativa de Zapatero de articular en torno al diputado alavés Javier Rojo la fórmula conciliadora del redondismo sin Redondo, el Congreso de San Sebastián arranca en medio de la incertidumbre. Si los secretarios generales fuesen elegidos por los votantes de los partidos, las posibilidades de Carlos Totorika -alcalde euskaldún de Ermua desde 1991 y símbolo de la resistencia de todo un pueblo a la barbarie terrorista- serían elevadísimas: la admirable combinación de serenidad y de coraje mostrada con ocasión del asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco acreditan su estatura política. De añadidura, la presencia de Totorika al frente de la secretaría general del PSE-EE constituiría la mejor -o la única- garantía de que los eventuales acercamientos de los socialistas al nacionalismo moderado serían llevados a cabo de manera prudente, en el marco del Pacto Antiterrorista y sin posibilidad de que el PP hiciese campaña contra el PSOE en el resto de España.

Pero el secretario general del PSE-EE no será designado por los 250.000 votantes del 13-M sino por los 547 delegados del inflado censo de la organización (8.700 militantes). En ese campo de maniobras, las ventajas comparativas de los dirigentes educados según los códigos de la burocracia partidista son abrumadoras. Patxi López, hijo de un veterano dirigente de la margen izquierda de la ría, ha pasado por los ritos iniciáticos propios del aparato; pata negra del socialismo vizcaíno, su candidatura a la secretaría general repite incluso la alianza forjada en 1997 por Redondo con el sector mayoritario del socialismo guipuzcoano. La neblinosa confusión (probablemente intencionada) del programa de López impide saber a ciencia cierta si su estrategia es abandonar a corto o medio plazo el entendimiento con los populares en el País Vasco y restablecer la coalición con los nacionalistas en los ayuntamientos, las diputaciones y el Gobierno de Vitoria; parece seguro, en cambio, que la victoria de López en el Congreso Extraordinario sería presentada por el PP como un paso ineluctable de la deriva del PSOE hacia la ruptura del Pacto Antiterrorista. Finalmente, la candidatura de Gemma Zabaleta sólo se propone negociar las condiciones de su apoyo a los otros dos aspirantes; la invocación del Nuevo Socialismo Vasco a la renovación generacional del 35º Congreso y a las enseñanzas del socialismo catalán según el evangelio de Pasqual Maragall parece una inconvincente cláusula de estilo destinada a rellenar el casillero de diferenciación ideólogica de algún formulario.

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