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LA CRÓNICA
Columna
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Algo que no vieron los fotógrafos

Pasé el sábado entero entre los antiglobalizadores. Por la mañana, en el barrio del Raval, los impulsores de la Campaña contra la Europa del capital y la guerra habían organizado diversas mesas de trabajo que desembocaron en un plenario multitudinario en el auditorio del CCCB. Estuve en el instituto Milà i Fontanals, donde se hablaba de derechos sociales. Predominaban allí los progres, con arrugas de muchas batallas, cabezas canosas y la mirada cansina del que ha aguantado quizá demasiadas asambleas. Agustín Moreno, por ejemplo, líder de los críticos de CC OO, llamó a pasar de 'los desfiles a los hechos' y aliñando un viejo eslogan con la nueva geografía política propuso avanzar hacia la 'huelga general europea'. Me fui de allí cuando un joven discurseaba con cierta confusión sobre el tiempo libre de los trabajadores. Opinaba que en lugar de lamentar las vacaciones escolares de sus hijos, los trabajadores deberían reclamarlas para ellos. Confieso que salí de allí con una mezcla de desolación e inquietud.

Los manifestantes se jugaron el tipo para defender a los policías de la provocación de los violentos

Después estuve dando vueltas por la zona del Macba, llena hasta los topes de jóvenes sentados en pequeños corros, sin objetivo aparente. Esperando la música, quizá. Hacia la una del mediodía, en efecto, empezaron las actuaciones de un grupo que mezclaba la música tradicional catalana con el rock. La música no caldeó mucho el ambiente. Bastantes jóvenes bailaban tímidamente de pie, pero muchos otros seguían sentados. Parecían agruparse por algún signo indumentario: el color de la camiseta o el corte de pelo (abundaban los rastas). Las inscripciones en la camiseta daban alguna noticia geográfica o ideológica: alemanes, autogestionarios, franceses. Bromistas: 'ETT: Estamos Tanteando Tabernas'. Con frecuencia, los grupos se formaban alrededor de un botellón o de unas patatas chips. Me recordaron un anuncio: '¿Todavía no sabes lo que es dipear?'. Junto a las paredes, abundaban los tenderetes políticos, no muy concurridos. En uno de ellos hablé con una adolescente trotskista de aspecto angelical que parecía una reaparición lírica del 68.

En la entrada del CCCB un joven autogestionario con el torso desnudo, tumbado en el suelo, aparentaba estar muerto para llamar la atención sobre los terribles efectos de la explotación infantil. El éxito de público había desbordado la asamblea: el auditorio subterráneo estaba como una lata de sardinas y la gente se agrupaba en el patio superior, repleto también, como los espacios posteriores, donde alguien me dijo que se preparaba una gran paella. Los jóvenes aquí parecían de otro tipo. Vestían sin llamativos detalles y se mostraban bastante más interesados en los discursos que manaban de los altavoces. Reconocí a una chica del comité de Lear. Mezclados entre los jóvenes, numerosos carrozas de mi generación. Charlamos. División de opiniones: para unos, ilusionados, 'está naciendo algo nuevo que entronca con nuestra juventud', para otros en cambio, se trata de algo radicalmente nuevo que está por definir.

Por la tarde, situado en la plaza del Àngel, en el cruce de calle de Ferran con la Via Laietana, contemplé durante más de tres horas el fenomenal río humano de la manifestación. Es la más importante, al parecer, que se ha producido hasta ahora en contra de la globalización estrictamente económica. Es obvio que este récord de manifestantes no podía proceder de los grupos más activos que se habían reunido por la mañana. Y, efectivamente, eran gente corriente, de apariencia neutra, de todas las edades y condiciones. Los grupos de perfil definido quedaban confundidos entre este flujo enorme, neutro e incesante. De vez en cuando, sí, destacaba un núcleo de jóvenes bulliciosos y festivos, enarbolando instrumentos, tambores o pancartas. Otras veces eran grupos étnicos, sindicales o políticos que recitaban consignas arrebujados junto a unas banderas (me sorprendió un póster a todo color de The indispensable Chomsky y los colores del Tíbet: una especie de sol amarillo del que salen rayos azulgrana). Pero dominaba la gente de aspecto convencional, que fluyó durante horas con extrema placidez y discreción.

Eran más o menos las nueve de la noche. El río humano seguía fluyendo, pero un extraño murmullo y algún ruido contundente evidenciaron que algo raro pasaba. Se abrió un boquete de miedo en la manifestación y entonces vi a unos tipos encapuchados que arrastraban el poste de una señal de tráfico y, dirigiéndose contra las cristaleras de unos bancos, los aporreaban con saña. Fue una acción fugaz, la gente se alejó de ellos, amilanada. Oí mi corazón desbocarse. Intenté protestar. Los jóvenes del servicio de orden con más brío, aunque con igual suerte, también protestaban. Los violentos se trasladaron al otro lado y se abalanzaron contra un apetitosa cristalera. Una chica de unos 20 años, con la cara al aire, aporreó, a mi vera, con la pierna izquierda un cristal a medio derrumbar. Cerca de ella, unos jóvenes con pasamontañas negros gritaban: 'Ni un pas enrere, ni un pas enrere...!'. Y de repente pasó lo mejor. Personas de todas las edades, más de un anciano entre ellos, enlazaron sus manos y formaron, junto con los miembros del servicio de orden, una pared humana que separaba la Via Laietana de la plaza del Àngel. Entonces yo me di la vuelta, mirando hacia la calle de Ferran y entendí por qué lo hacían. Unos cuantos carros de la policía estaban allí aparcados. Los manifestantes se jugaron el tipo para defender a los policías de la provocación de los violentos. Para evitar el enfrentamiento, para salvar el sentido de la manifestación. Y lo consiguieron. Fue una escena maravillosa y emocionante. No reparó en ella ninguno de los muchos fotógrafos que habían aparecido en tropel para fotografiar a los bárbaros.

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