Ramala queda hecha añicos
Las tropas israelíes se retiran de la capital palestina de Cisjordania dejando atrás escuelas destruidas, muertes, heridos y odio
Ya están fuera. Millares de palestinos se lanzaron ayer por la mañana a las calles de Ramala para celebrar la liberación de la ciudad tras tres días de asedio. Recorrieron sin rumbo fijo el centro de la población, inspeccionando y curioseando los desastres provocados por los tanques y las tropas del Ejército israelí durante su ocupación, mientras los servicios de inspección del Ministerio de Infraestructura se dedicaban a algo mucho más serio: tratar de establecer, cuaderno y cinta métrica en mano, los primeros balances oficiales.
'Hemos tenido catorce muertos y decenas de heridos. Tardaremos muchos días en saber con exactitud el valor de los destrozos', aseguraba en la plaza de Manara el gobernador, Mustafa Issa Liftawi, vestido de uniforme verde oliva, en medio de un vecindario eufórico y bullicioso, que trataba de tocarlo y saludarlo, alargando sus brazos por encima de los hombros de quienes le custodiaban.
Las heridas de la ciudad son graves. Lo atestiguan los cables y los postes de electricidad que yacen por doquier, encima de un asfalto torturado por las cadenas de los tanques, los coches aplastados, convertidos en chatarra, las casas particulares o los edificios públicos violados, tomados al asalto por el mando militar para convertirlos en refugio y punto de encuentro de sus tropas.
'Han destrozado la biblioteca y las aulas, sobre todo las del segundo piso', afirma el administrador de la escuela secundaria El Waled, que sirvió a la vez de puesto de mando y de dormitorio de la Brigada Golani, del Ejército israelí. El centro escolar está situado muy cerca del hospital Gubernamental de Ramala, que resultó también dañado por los disparos de las tropas israelíes en las primeras horas de la ocupación.
Las lesiones más profundas están, sin embargo, en un extremo de la ciudad, en el campo de refugiados de Amari, en el que oficialmente viven unas 7.000 personas. Las fuerzas israelíes se llevaron de allí a la fuerza a no menos de 200 varones, después de destrozar decenas de casas y de dejar pintadas en los muros, en azul o negro, símbolo del Estado de Israel, una Estrella de David, y el número 932, la unidad que llevó a término la incursión.
'Tardaremos en recuperarnos de lo que nos han hecho', aseguraba una anciana, empeñada en borrar, con estropajo, agua y jabón, del muro de su patio las inscripciones del Ejército hebreo. En las pizarras de la escuela de la UNWRA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, los mensajes son mucho más claros. Están escritos en inglés y con tiza blanca: 'Sois todos unos perros'.
A media mañana de la festividad del viernes, la ciudad de Ramala hizo un alto en su contabilidad. Se concentró en torno a la mezquita de Abdelnasser para orar y formar el cortejo fúnebre de los últimos tres muertos. Sus cuerpos, amortajados por la bandera palestina, fueron acompañados por centenares de banderas, millares de disparos y el griterío ensordecedor de una multitud que anunciaba una y otra vez: '¡Venganza, venganza!'. Ramala continuó gritando hasta la saciedad, incluso dentro del cementerio, consciente de que las tropas y los tanques israelíes se han quedado muy cerca, dispuestas a volver en cualquier momento.
Entre los daños causados por la ofensiva israelí figura una imagen de la Virgen María, que perdió la nariz y una mano como consecuencia del fuego cruzado por ambas partes en Belén. La imagen estaba situada en el tejado de la iglesia del Hospital de la Sagrada Familia, cuyas instalaciones recibieron numerosos impactos.
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