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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los ojos del dolor

El periodista Miguel Bayón (Madrid, 1947) es autor de una estimable obra narrativa en la que los temas van a contracorriente, y en la que destacan el humor y el lenguaje, instrumentos en los que se basa para enfrentarse a la realidad. Humor corrosivo llevado a un lenguaje cotidiano, inteligente y transgresor es el que se daba en Plaza de soberanía (1989), situada en Muliya. En su siguiente novela, Santa Liberdade (1999), recreaba una chusca y heroica página de lucha antilusofranquista, en la que el lenguaje y el humor caricaturesco erigían un eficaz babel de lenguas y pronunciaciones (españolas, gallegas, portuguesas), que ensanchaban el texto.

En Bayón siempre está presente la tentación de la frase chispeante y de la vis cómica de la situación. Así que cuando el lector inicia su andadura en Mulanga con ese entrenador español de tercera que acaba de seleccionador nacional de un país africano, cualquiera de esos de guerras (olvidadas), emboscado tras el nombre de Mulanga, piensa que va a escribir una desternillante novela de sátira africana, a lo Evelyn Waugh o Tom Sharpe.

MULANGA

Miguel Bayón Planeta. Barcelona, 2002 373 páginas. 16,35 euros

Lo primero que destaca en esta novela es que no es una novela sobre África, sino una novela africana, en la que la realidad está tratada con naturalidad. Es una novela en la que los protagonistas tienen rostro, y todos son seres positivos que se acostumbran a mirar, sin pestañear, los ojos del dolor, a identificar las caras de la muerte. Con esos rostros, Bayón levanta el mapa de la tolerancia y de la convivencia racial, y lo traza basándose en sentimientos y afectos. Hay personajes excepcionales como Sister Anne que atraviesa estas páginas no como el ángel exterminador sino bienhechor. Hay personajes que prometían más de lo que acaban dando, como Litsi. Hay personajes inmensamente ricos en matices como los embajadores balcánicos. Hay un personaje que va cobrando fuerza y pasando de la orilla del mal a la del bien como Asimwe, el niño soldado, de una fuerza narrativa excepcional.

Bayón ha escrito una terrible epopeya humana y lo ha hecho de verdad. Se muestra firmemente narrador en las extremas escenas de violencia colectiva, como si ésta no tuviera rostros, nombres. Hay un estremecedor descenso a los infiernos, un inevitable conradiano viaje al corazón de las tinieblas, en esa huida del ejército de la Anunciación, en la que el lector masca el insalubre sabor de la selva en guerra. Bayón ha domeñado esa cierta tendencia a la desmesura y al sarcasmo y ha conseguido utilizar un eficaz lenguaje.

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