La niña afgana
Ayer leí la noticia de que el fotógrafo Steve McCurry había reencontrado a Sharbat Gula, la niña portada del National Geographic en 1985. Siempre me impresionó sobremanera la mirada y la belleza de esta niña. Sin duda merece ser uno de los rostros del siglo XX. Por su autenticidad y su hermosura. Esos ojos interrogativos, inquisidores, serenos, maduros, increíblemente bellos, se dirigían directamente a nuestra mirada hasta provocarnos desazón por no poder hallar respuestas a sus miedos y preguntas. La intensidad de su belleza, la fuerza expresiva de su mirada y la serenidad madura de su rostro sin duda no han dejado indiferente a medio mundo.
He visto su foto actualizada 18 años después y me he emocionado. Su actual rostro es tan sólo una pálida imagen de lo que fue su belleza. No se trata de un rostro demacrado por el hambre ni por las enfermedades. Es un rostro para el que el paso del tiempo y seguramente la vivencia de fuertes experiencias vitales han dejado una más que evidente mella. La suave túnica roja que cubría la cabeza de la niña ha sido sustituida por un burka que le oculta el rostro y, aunque la mirada sigue siendo poderosa, está llena de desesperanza. Ya no interroga ni parece que espere nada de la vida. Es una mirada de resignación. Ya no nos mira con ánimo inquisidor. Nos mira con rabia contenida.
Ignoro por qué esta imagen me ha impactado hasta el punto de emocionarme. Incluso siento una cierta vergüenza por sentirme frío ante las imágenes de muerte y hambre que, sin duda, deberían ser más impactantes. Tan sólo sé que en el álbum de mi particular sentido de la belleza tenía una foto que el tiempo me ha robado. No sé si Sharbat es una mujer feliz o desdichada. Si su matrimonio y su vida han sido coherentes con las ilusiones que una chiquilla de 12 años tiene en su corazón. Sólo sé que su rostro hoy me da más respuestas que preguntas. Con todo mi corazón sólo deseo el mejor de los presentes para Sharbat Gula. Que sea todo lo feliz que su circunstancia le permita. Que encuentre en sus hijos y en su marido la fortaleza necesaria para encarar los años venideros y que sea, sobre todo, tratada con el respeto que toda mujer, afgana o no, merece.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.