_
_
_
_
LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cumbre

'La europeidad de Barcelona y de Cataluña es uno de nuestros más importantes activos; hemos sido europeístas cuando muy poca gente lo era en el resto de España. Y ahora nos corresponde también ser ejemplo de europeísmo mediante el espíritu convivencial y tolerante que seamos capaces de poner de manifiesto durante la cumbre. Nos jugamos mucho en pocos días'. ¿Joan Clos? No, Miquel Roca i Junyent (La Vanguardia, 12 de marzo). ¡Qué buen alcalde de Barcelona hubiese sido Miquel Roca i Junyent! Alcalde de la izquierda, catalanista y de izquierda (en su día, todos creíamos que el rojo era Roca y el blanco su amigo y colega Serra, Narcís Serra).

Mis amigos me preguntan qué pienso hacer durante la cumbre. Si me voy o me quedo. En el caso de irme, no podría hacerlo antes de la madrugada del viernes. El jueves (hoy, para el lector) tengo que ir, como todos los jueves, a Radio Barcelona, al Saló de fumadors (donde no nos dejan fumar), que comparto con Josep Martí Gómez y Manuel Borrell, y al salir del programa, a las ocho, me aguardan en Laie, en la presentación de un libro de Hugo: Escritos sobre la pena de muerte (Editorial Ronsel). Luego tengo una cena.

Lo más acertado es invitar a algunos manifestantes, a ser posible extranjeros (pero europeos), a una 'fideuà'

Me parece que voy a quedarme en Barcelona. Si viviese en la calle de Sabino de Arana, cerca de la plaza de Pius XII, como mi amiga Lola, sería muy distinto (mi amiga Lola está cercada por las fuerzas del orden y, según me dice, van a dejarla unos días sin el contenedor de la basura, por miedo a que alguien deposite en él una bomba). Pero en mi barrio todo está tranquilo. Los plátanos han empezado a florecer; mosén Cinto sigue aburrido, viendo pasar los coches por la Diagonal desde lo alto de su estatua; los perros siguen cagándose en el paseo de Sant Joan y en la terracita del Morrysson, en la esquina de Rosselló con Girona, uno puede tomar el sol la mar de tranquilo mientras hojea los papeles y se bebe una cerveza. La cumbre no ha llegado a mi barrio.

Voy a quedarme. Además está Josefina, mi preciosa perdiz, que me trajeron el lunes de Ibi. Josefina, mi perdiz de reclamo, todavía no se ha acostumbrado a su nueva vivienda y no quisiera dejarla sola. Así que, decididamente, me quedo. Y puestos a quedarme, he decidido, siguiendo el consejo de mi amigo Miquel Roca, dar ejemplo de europeísmo (amén de presentar un libro de Hugo contra la pena de muerte) haciendo gala de un espíritu convivencial y tolerante.

Por desgracia no puedo acudir a ninguna manifestación antiglobalización o antiloquesea. Mi pierna no me lo permite. Porque si se diese el caso de que los enemigos del europeísmo, personas (es un decir) faltas del debido espíritu convivencial y tolerante, emprendiesen a pedradas contra los bancos, las tiendas de lujo y los odiados McDonald's, y las fuerzas del orden intentasen impedírselo, yo no podría correr para ponerme a salvo. Aunque tengo mis dudas sobre si cuando mi amigo Miquel Roca apela a nuestro europeísmo y a nuestro talante convivencial y tolerante, nos está invitando a participar en tal o cual manifestación antiglobalización o antiloquesea. Mas bien diría que todo lo contrario. Roca sabe muy bien que este tipo de manifestaciones suelen acabar mal, porque, de otro modo, ¿cómo explicar la presencia de tantos policías?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Así que, ante la incapacidad de poderme sumar a una de esas manifestaciones para hacer gala de mi europeísmo, con un espíritu convivencial y tolerante, he pensado que lo más acertado es invitar a algunos manifestantes, a ser posible extranjeros (pero europeos), a almorzar el sábado una fideuà (la hacen riquísima) en la terracita del Morrysson. Un buen almuerzo mediterráneo y europeo, con vino del país, café, copa y un cigarro. Un almuerzo en el que podemos hablar de Europa, de la Europa de la cultura y de los derechos y deberes de los europeos, que es la Europa que a mí más me interesa. Un almuerzo para reponer fuerzas antes o después de tal o cual manifestación.

Operación Triunfo. Parece ser que se acabó el tinglado (pero volverá, pueden estar seguros): Rosa ha sido elegida para representar a España en el próximo festival de Eurovisión. ¿Tanto jaleo para mandar una chica a un festival desprestigiado, del que cualquier europeo medianamente sensato debería sentirse avergonzado? Pues sí. ¿Volvemos a los años del La, la, la? Eso parece. Cuando nació el festival de Eurovisión, al que en un principio, no se por qué, no fuimos invitados o no quisimos ir, yo, ingenuo de mí, llegué a creerme que de aquel festival iba a surgir una canción estupenda, una canción que íbamos a poder cantar todos los europeos. Estaba convencido de que los mejores músicos, los mejores poetas, los mejores cantantes del continente iban a competir para dar vida a la canción de los europeos. Pero no fue así. Los europeos seguimos cantando el Que será, será o, en el peor de los casos, aquello de 'no me gusta que a los toros te pongas la minifalda'.

Han pasado los años y no se ha conseguido dar con una canción europea, una canción como Lili Marleen, que fue la canción de Europa durante la II Guerra Mundial. Hay himnos europeos, como La marsellesa o el Himno a la alegría, que es, creo, el himno de la Comunidad Europea. Pero no hemos dado con una canción europea, reconocible y aceptada por todos. Tal vez dar con esa canción resulte más difícil que dar con el euro. Tal vez las canciones sean plurales y cada pueblo, cada nación, tenga las suyas. Recuerdo que de jovencito, cuando empecé a viajar por Europa, solía encontrarme con muchachos de mi edad que me pedían que les cantase una canción de mi pueblo, y yo les cantaba La dama d'Aragó o La cançó del lladre, y ellos me cantaban Le roi Renaud o Michelemmà. Era una manera muy agradable de aprender a ser europeo. Ésa, la Europa de las canciones, es la Europa que a mí me agrada, y no la Europa del festival de Eurovisión. El sábado, después del almuerzo, podríamos cantar. Espero que esté permitido.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_