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Columna
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Operación Tallin

Vicente Molina Foix

Yo estuve muchos años colgado del festival de Eurovisión, y lo expongo ante ustedes. La adicción la adquirí pronto, en un tiempo de placeres indiscriminados, aburrimiento franquista y fiebres infantiles de un día. Pero crecí, espabilé, me quité el pelo de la dehesa, y lo de Eurovisión no se me iba. Llegado el día de la gala televisada, abría año tras año los salones de mi piso a unos cuantos amigos que también se atrevían a decir su nombre de eurovisivos. Exquisitos poetas jóvenes como Leopoldo Alas, Luis Cremades y Mario Míguez jaleaban tan ardientemente como yo la sucesión de canciones ligeras, ligerísimas, el comentario meloso de José Luis Uribarri, los floridos documentales de presentación turística de cada país concursante, y por encima de todo las votaciones finales, con esos 'Le Lassenburj, truá puan; Láxenborg, zri poins', que seguíamos usando después como frase hecha en la vida real. Espero que mi amigo Fernando Savater no se enfade si revelo aquí que también él (un año sólo, el de la graciosa canción Quién maneja mi barca, defendida por Remedios Amaya y vapuleada miserablemente a la hora de los puans o poins) cayó presa del virus y se sumó a una frenética carta de apoyo a la cantante española enviada por unos exaltados -nosotros- a este mismo periódico, que tuvo el valor de publicarla.

La sensatez, que posiblemente alcanzó a los jóvenes poetas citados antes que a mí, se llevó entre otros amores ilusos el de Eurovisión. Y ahora, distraído en las últimas semanas por un trabajo que me mantenía más ajeno de lo habitual a la realidad primera (la televisada), acabo de enterarme de que el gran carnaval montado en torno al programa Operación Triunfo no es del tipo morboso y pendenciero Gran Hermano, sino una edificante prueba de aptitud artística que estimula el espíritu de mejora de los jóvenes españoles y les conduce, como premio a tan sano esfuerzo, a la finalísima de Eurovisión, que este año, además, se celebra en el imaginario país de Estonia. No he visto Operación Triunfo más que en sus fases finales, pero sí he tenido tiempo de leer artículos y comentarios de escritores admirables ponderando seriamente, sesudamente, lo que para mí no pasaba de ser un ejemplo de apabullante vulgaridad y música inane que ha mantenido al país en vilo tres meses. (Sólo Agustí Fancelli, puesto por nuestro periódico en la extraña tesitura de tener que aplicar sus profundos conocimientos musicales a las voces y coplas de estos tres héroes nacionales, cumplió el cometido sin perder la ironía).

Fenómeno social. Cultura popular. Reclamo de la actualidad. Comprendo los términos y no rechazo ni desprecio sus imperativos. La serie dramática Cuéntame, por ejemplo, es otro fenómeno reciente que ha generado también efectos sociales, despliegues mediáticos y grandes ganancias secundarias a sus responsables; con la diferencia de que se trata de un producto de buena calidad dramática y progresivo punto de vista sobre nuestro pasado. Un producto que, con ciertas concesiones sentimentales y cómicas al grueso de los espectadores, no se basa en la histérica competencia ni en el sentido de falsificación de lo real que marca el ramplón concurso (nada de reflejo veraz del mundillo de los aspirantes a artista) que ha sido Operación Triunfo.

Acabada la guerra de Afganistán con el arrasador resultado unilateral -y colateral- que todos sabemos, y estabilizada, supongo, en sus favoritos la Liga de fútbol, los españoles hemos tenido una inesperada fuente de emociones incruentas con este programa, que alcanzará seguramente el día de la final de Eurovisión índices de espectadores nunca vistos. Mira por dónde mi antaño tan querido festival, desde siempre un rancio muestrario de la peor música europea y los más estrambóticos intérpretes (muchos con los lacitos y el calzón corto del traje típico local), ha sido regenerado a ojos de la población y una parte de la intelligentsia por Operación Triunfo. No quiero ni pensar si ganamos en Tallin el 25 de mayo. Las ciudades y regiones de donde vienen Rosa, Bisbal y Bustamante pueden arder esa noche. Y ustedes, les guste o no, se desayunarán al día siguiente con la primera página de sus periódicos ocupada por la noticia de un bombardeo al sentido común del que todos seremos víctimas.

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