La fiesta se acabó
El escándalo de Enron es consecuencia de una profunda y maligna mutación en el capitalismo estadounidense en las últimas décadas, que ha afectado al modelo capitalista en todo el mundo. Ha sacado a la luz el lado depredador y corruptor del nuevo sistema empresarial de EE UU, su irresponsabilidad social y carácter explotador, que afectan a las vidas de todos los ciudadanos que trabajan para una gran empresa, de todos los accionistas de una empresa y de todos los legisladores y cargos políticos del gobierno nacional.
Como la mayoría de las cosas malas, la mutación comenzó por una teoría. Esta teoría convirtió la observación de Adam Smith de que el mercado proporciona el mejor mecanismo para arbitrar los valores y determinar el interés general en una justificación utópica del laissez-faire empresarial, ignorando el pragmatismo, la perspicacia social y el contenido ético del razonamiento de Smith. Para la versión moderna, si no se controla el comportamiento empresarial, si se 'expulsa al gobierno de la empresa', y cada empresa e individuo persigue su propio interés, el resultado es un rendimiento máximo de la economía que beneficia a todos.
El mayor atractivo de la teoría era que racionalizaba la búsqueda del interés propio como mecanismo objetivo que beneficia a la sociedad. Sólo eso debería haber sido una advertencia. Lo utópico de la nueva teoría, unido a su bendición de la avaricia, la hacía irresistible. Promocionada en las facultades de empresariales y en la prensa en los años setenta, cuando se inició la liberalización empresarial en EE UU, reforzó la doctrina económica de la Administración de Reagan. Fue instalada en el Reino Unido por la indomable Thatcher y llegó a dominar la política oficial y la práctica comercial en la mayoría de los Estados industrializados avanzados.
Bajo la presión de EE UU, la liberalización fue la teoría dominante en las instituciones económicas internacionales, y marcó el rumbo y condiciones de la globalización en el mundo no occidental. De hecho, además de eliminar las limitaciones externas a la conducta empresarial, suprimió las inhibiciones éticas. Incluso bromeaba: quedaba probada la bondad de la avaricia.
La teoría destruyó el capitalismo practicado en EE UU desde principios del siglo XX, cuando Roosevelt deshizo los 'consorcios' abusivos y estableció los ministerios de Comercio y Trabajo para controlar la conducta empresarial.
Luego surgió una nueva forma de capitalismo popular, que pagaba grandes sueldos (Henry Ford decía que para que los trabajadores pudieran comprar los coches que fabricaban) y se sentía obligado a responder a los intereses de la comunidad. La política oficial regulaba los monopolios naturales y los servicios públicos. El nuevo capitalismo estadounidense encarnado por Enron no ha generado la justicia económica prometida. Su tendencia natural ha sido producir oligopolios que aspiran a convertirse en monopolios. Así ha ocurrido con las compañías aéreas, los medios de comunicación, las comunicaciones, la banca, la industria aeroespacial y de defensa, y con la mayoría de los sectores industriales importantes de EE UU.
También ha originado una inmensa, y moralmente indefendible, transferencia de riqueza y poder de los trabajadores, que producen directamente la riqueza, a los ejecutivos y accionistas, que aportan el capital (generalmente poco responsable: durante el alza de las acciones puntocom, la participación media individual en una empresa como Yahoo era de siete días). Ha subordinado los intereses empresariales, a corto y a largo plazo, a los beneficios trimestrales y a la exigencia absurda del mercado de valores de un aumento constante de los beneficios. Esta exigencia de beneficios ha corrompido las cuentas de las empresas y dado pie a una rica variedad de disimulos y mentiras a la opinión pública y a los analistas de mercado. Ello ocurrió pese a que todos los implicados en el mercado sabían lo que ocurría, pero pensaban que se podía dejar que siguiera. Además, pervirtió aún más la profesión de contable, ya acostumbrada a asesorar a un cliente al tiempo que le auditaba.
Hoy casi nadie sigue creyendo que las memorias de las empresas estadounidenses son fiables, o que sus beneficios son lo que se afirma que son. Según un estudio sobre gestores de fondos realizado por Merrill Lynch, la confianza ha caído un 20%, hasta quedar por debajo del 40%. En el extranjero, la opinión es aún peor.
El sistema enriquecía a los ejecutivos, quienes, a cambio, aumentaban la 'productividad' despidiendo trabajadores y haciendo que el resto trabajara más. Demasiado a menudo, las funciones de ejecutivos y consejeros eran objetivamente depredadoras, exentas de toda responsabilidad para con la sociedad o los intereses a largo plazo de la empresa o de los accionistas.
Hoy, los que se beneficiaron ni siquiera defienden el sistema. Se delatan y culpan unos a otros. El antiguo jefe de Enron, Jeffrey Skilling, dice que jamás entendió cómo podía ganar tanto dinero. Pero la opinión pública ha entendido que las normas del capitalismo de mercado liberalizado permitían un sistema de estafa organizada. La ansiedad que ha provocado Enron en el Congreso de EE UU demuestra que los legisladores perciben el agravio a la opinión pública, aunque la Administración de Bush parezca hacerse la sorda ante lo ocurrido.
La fiesta se acabó. Algunos de los anfitriones y asistentes están camino de la cárcel. Hay que volver al capitalismo responsable.
William Pfaff es analista estadounidense. (c) Los Angeles Times Syndicate International.
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